SI DIOS ES SOBERANO, ¿PARA QUÉ ORAR?

   

“Pues, Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo. Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros” (1 Sam. 12:22, 23).
 
Lectura: Heb. 10:19-22.
 
Ciertos pensamientos desaniman a la oración. Uno de ellos es: “Si Dios se soberano y siempre hace su voluntad, ¿para qué orar?” El profeta Samuel era muy consciente de la soberanía de Dios. Sabía que Dios había elegido a Israel y que no los desampararía por amor a Su nombre. Aunque Israel se apartase de Dios, Él no se apartaría de ellos, no por motivos sentimentales, sino porque en su eterno consejo había determinado hacerlos su pueblo. Esto Samuel lo tenía muy claro, pero lejos de ser motivo de abandonarlos en manos de Dios y no orar por ellos, todo lo contrario, esto le daba la seguridad de que sus oraciones serían contestadas. Puesto que Dios los había elegido, él oraría por ellos. Su razonamiento era: “Dios ha querido hacerlos pueblo suyo, así que, lejos sea de mí que peque contra Jehová cesado de rogar por ellos”. Dios elige, yo oro, cada uno en la responsabilidad que le corresponde. La confianza en Dios no anula la oración, la anima.
 
Hemos de orar según la voluntad de Dios. Samuel sabía cuál era la voluntad de Dios, era salvar a este pueblo, por lo tanto, oraba por ellos.
 
Es pecado dejar de orar. Esta es la simple y sencilla verdad. Buscamos mil excusas. Pensamos que nuestras oraciones no cuentan. Esto no es humildad, es falta de fe. Pensamos que Dios hará su voluntad de todas formas; ¡excusas! Pensamos que Dios no va a hacer lo que yo digo. La Biblia está llena de ejemplos de Dios respondiendo a las peticiones de un hombre. Somos muy sofisticados y pensamos que sabemos mucha teología y la usamos como pretexto para no orar. La verdad es que somos incrédulos, gandules, y egoístas. Si surge un problema personal, ¡veremos qué rápido oramos! Si es pedir por otra persona, ya entra nuestra filosofía de la oración. El caso es que somos desobedientes. La oración que sí necesitamos orar, y que Dios sí que oye, es la de pedir perdón por nuestro pecado en “cesar de rogar” por su pueblo.
 
Podemos criticar al pueblo de Dios, esto nos es fácil, pero ponernos a orar, ¡esto ya es trabajo!
 
Dios nos ha mandado a orar. ¡Dejemos de pecar y pongámonos a orar!
 
“Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vio que él nos abrió a través del velo, esto, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en peana certidumbre de fe” (Heb. 10:19-22).

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