“Enséñame, oh Jehová el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin” (Salmo 119:33).
Lectura: Salmo 119:33-40.
El salmista está encantado con la Palabra de Dios. Lo fascina. Ha prendido su corazón. La encuentra brillante, sabia, coherente, bien razonada, buena, perfecta para dirigir su vida, justa, verdadera, libertadora y sanadora; la ama y se regocija en ella. En ella ha encontrado la brújula que puede orientar su vida. Es su tesoro y la revelación del Dios en quien ha puesto su confianza.
Su oración es esta: “Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia. Aparta mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu camino. Confirma tu palabra a tu siervo, que te teme. Quita de mí el oprobio que he temido, porque buenos son tus juicios. He aquí yo he anhelado tus mandamientos; vivifícame en tu justicia” (119:33-40).
Pide al Señor que le enseñe el camino que marca su Palabra, que le dé entendimiento de ella, que lo guíe por medio de ella, que incline su corazón a ella, y que lo avive en ella. Todo lo que necesita para estar bien mental, emocional y espiritualmente lo encuentra en la Palabra de Dios. Es el camino que ha elegido para su vida, para conducirlo a Dios.
El salmista ve pura belleza en la Ley de Dios. En cambio, muchos ven la Ley de Dios como anticuada, que no tiene relevancia para hoy, dura, exigente y legalista que esclaviza al hombre y lo deja condenado. Piensan que no refleja al Dios de amor del Nuevo Testamento. Creen que los escritores del Antiguo Testamento tenían un concepto primitivo de Dios que ha sido reemplazado por la revelación de Dios en Cristo. Esto es toda una pena. Proyectan sobre Dios la dureza de su propio corazón. Algo anda mal con el corazón de estos pobres que no pueden ver la gloria del amor de Dios en su Ley. Es brillante y perfecta. Nunca ha habido un código de ético más justo para el hombre. La ley y los profetas revelan al Dios de nuestro Señor Jesucristo en todo su ternura y compasión para el hombre perdido; el Dios del Antiguo Testamento es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Es la Gloria de Israel. Pues Él es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Jesús encontró su deleite en las Escrituras del Antiguo Testamento y el camino para su vida. Que nosotros lleguemos a ver lo que él veía en ellas.
Padre amado, revélame al Dios de amor que Jesús veía en las Escrituras. Abre mis ojos para ver en ellas tu amor, tu ternura y tu sabiduría. Que no las vea como letra dura, ni cómo estatutos legalistas, sino como la Palabra que acaba de salir de tu boca, viva y fresca, preciosa, brillante e inspiradora, llena de Ti. Dame la revelación de Ti que el Señor Jesús encontró en las sagradas Escrituras, para contemplar en ellas tu belleza con toda reverencia, y que te adore como el Autor de tan perfecta y maravillosa revelación de tu Persona. Amén.
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