“Dios… nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el misterio de reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios regase por medio de nosotros; os regamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:18-20).
Lectura: 2 Cor. 5:14-18.
Pablo explica cómo Dios nos reconcilió a sí mismo por medio de la muerte de Cristo por nuestro pecado y cómo esta nueva relación nos cambia la vida: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hecha nuevas” (5:17). Se produce un cambio tan grande que ya cambia nuestro trato con la persona: “De modo que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (5: 16). Ni al Señor Jesús lo tratamos como si fuera el hijo del carpintero de Nazaret, sino como el eterno Hijo de Dios, el Dios Omnipotente, tal como se manifiesta en su estado actual.
Como personas que hemos sido reconciliadas con Dios, Dios nos ha encomendado el ministerio de predicar el evangelio para que otros pueden estar reconciliados con Él igualmente. Está haciendo su llamado a través de nosotros. Así que, cuando ayudamos a las personas a reconciliarse con Dios, es Dios mismo en nosotros quien está haciendo ese llamado. El Espíritu Santo habla a los demás a través de nosotros, expresando su voluntad por medio de nuestra voz, colocando sus pensamientos en nuestra mente, dándonos sus deseos, y poniendo su amor por las personas en nuestros corazones.
¡Esto realmente nos estira! Dios no cabe en nuestra carne humana. Nos deja asombrados, ensancha nuestros corazones y nos hace clamar a Dios para tener más pureza de corazón y mente, mayor comprensión de Sí mismo y de los demás, y más plenitud de su Espíritu, más conocimiento de Su Palabra y voluntad, y más discernimiento para poder comunicar su mensaje con mayor exactitud y poder. Somos como sus emisarios; es Dios en nosotros alcanzando a otras personas para ayudarlas a reconciliarse con Él en las áreas de oscuridad y carnalidad que hay en ellas. ¿Quién es suficiente para estas cosas? Nos santificamos por amor a las personas que tenemos que ayudar a reconciliarse con Dios, tal como Jesús oró en Juan 17:19: “Por ellos me santifico, para que también ellos sean verdaderamente santificados”.
Querido Padre, límpiame más y más; hazme más santo para que pueda hacer a otros más santos, por amor a Jesús. Amén.
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