CÓMO PROCESAMOS EL ENFADO

   

“Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él respondiendo, dijo al padre: He aquí tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos” (Lucas 15:27-29).
 
Lectura: Lucas 15:28-32.
 
            Vemos en esta parte de la historia del hijo prodigo al hermano mayor. Su reacción al retorno de su hermano fue de enfado. Ya hemos hablado del porqué de su enfado. Ahora vamos a hablar de lo que hizo con el enfado. Remitió contra su padre. Le dijo que se había aprovechado de él como si fuese otro criado de su casa, que no había sido un padre cariñoso con él, que no lo había tenido en consideración, que no lo valoraba, que no le había dado lo que le correspondía, que había sido tacaño con él, y, más o menos, que era un duro, descorazonado y exigente padre. ¡Toma ya! Estas palabras tenían que haber roto el corazón de su padre, pero el padre respondió con amor.
 
            ¿Y qué dijo de su hermano menor? Lo descalificó como un individuo despilfarrador, inmoral, desobediente e irresponsable. Quedó patente que no amaba a su hermano en absoluto, que lo había rechazado y enterrado. No había guardado ninguna esperanza, ni deseo por su retorno. No quería saber nada más de él.
  
¿Y cómo respondió al padre a esta avalancha de odio que cayó sobre él por parte del hijo mayor? Lo llamó “hijo”; ¡no lo vio como criado! Le dijo que le había dado todo, que todo lo que tenía era suyo, y le explicó con humildad y paciencia por qué había recibido a su hermano con tanto regocijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque tu hermano era muerto, y ha revivió; se había perdido, y es hallado” (15:31, 32). El hijo mayor había volcado amargura sobre él, pero el padre respondió con ternura y compasión. Le podría haber dicho: “¿Qué clase de hermano eres tú? Veo que no me quieres, ni a mí, ni a él. ¡Qué duro eres!”, pero no lo hizo. En lugar de corresponder con enfado y descalificación, derramó amor sobre él. Así termina la historia. No sabemos cómo el hijo mayor reaccionó al amor del padre.
 
Llevando esta historia a nuestro campo, ¿Qué es lo que produce enfado en ti? ¿Dónde están estas raíces en tu historial? ¿Cómo reaccionas cuando estás enfadado? ¿Despotricas contra la persona que te ha hecho enfadarte? ¿Escuchas sus motivos del por qué ha dicho o actuado como lo ha hecho? ¿Proyectas enfado por tus carencias de niño sobre personas que tienes en tu vida ahora? Y cuando recibes insultos o descalificaciones, ¿cómo reaccionas? ¿Cierras tu corazón para no sufrir? ¿O lo mantienes abierto y sigues amando, aunque no recibas amor del otro? Esto es lo que hizo el padre en esta parábola, y es lo que hace el Padre de todos los padres; sigue amando y volcando amor sobre los que no quieren su amor. No hay reacción alguna nuestra que pueda frenar el caudal del amor de Dios. Su corazón quebranto es un canal de amor siempre abierto a pesar de todo lo que le echamos en cara. Así es nuestro Padre.  

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