“Mi ira se encendió contra ti y tus dos compañeros; porque no habéis hablado de mí lo recto, como mi siervo Job… No habéis hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job”” (Job. 42:7, 8).
Lectura: Job 42:1-17
La ira de Dios se encendió contra los amigos de Job porque no hablaron de Él conforme a cómo era. ¿Cómo era el Dios de los amigos de Job? Ellos presentaron a un Dios duro, austero, exigente y vengativo. Aunque dijeron muchas cosas acertadas de Él, en el fondo lo difamaron dándole un carácter inferior al suyo. Le dijeron a Job: “¿No es tu esperanza la integridad de tus caminos? Recapacita ahora: ¿qué inocente se ha perdido? Y ¿en dónde han sido destruidos los rectos? Los que siembran injuria, la siegan” (Job 4:6-8). Lo aleccionaron: “Dios prende a los sabios en la astucia de ellos, y frustra los designios de los perversos” (Job 5:13). Su teología, es decir, su comprensión de Dios, estaba equivocada. Ellos pensaban que Job estaba sufriendo porque, aunque parecía ser recto, en realidad era un embustero, falso e hipócrita, porque, según su lógica, los inocentes no sufren, por lo tanto, Job no podía ser inocente. Tenían que creer que Job era un hipócrita, o aceptar que lo ocurrido no encajaba dentro de su teología. Debido a su concepto equivocado de Dios, su juicio de Job estaba equivocado. Pensaban que Job está sufriendo el merecido castigo de Dios.
Hoy día los que miden con esta regla de tres acusan a Dios de injusticia cuando los inocentes sufren. Esta temática preocupaba al escritor del Salmo 73; ¿por qué sufren los justos? El caso es que el sufrimiento puede venir por causas fuera del hombre que no son su culpa. Cuando una torre cayó sobre algunos hombres matándolos, Jesús dijo que no era por su pecado que les pasó esta desgracia; no eran más pecadores que otros (Lu. 13:4). Lo mismo con el hombre que nació ciego (Juan 9:2, 3). Los justos sufren. Todos los mártires dan testimonio de ello. ¿Y qué del Señor Jesús mismo? ¿Cómo lo juzgarían a Él los amigos de Job?
Si nuestro concepto de Dios está mal, es porque hay algo torcido en nosotros y pensamos que Dios es como nosotros. Proyectamos sobre Él nuestro carácter. Los livianos ven a Dios como un Papa Noel ñoño y los estrictos como un tirano duro. Los legalistas tienen un Dios implacable y los liberales tienen un Dios de manga ancha, al que no le importa el pecado, que todo lo perdona. ¡Tienen un Dios como ellos!
La cuestión es: ¿cómo es el Dios que Jesús reveló? Jesús reveló a un Dios que espera más de un Nicodemo (Juan 3:10) que de una Samaritana (Juan 4:22). No condena a esta última por su ignorancia teológica, ni siquiera por su inmoralidad, sino que la invita a cambiar (Juan 4:16) y provee los medios para que lo haga (Juan 4:10). El Dios de los fariseos condenaba a los publicanos (Mateo 9:11), pero el de Jesús los busca para salvarlos (Mateo 9:10). El Dios de los legalistas excomulga a la gente que cae en pecado; el Dios de los liberales pasa por alto su pecado, ¡o lo aprueba!; pero el Dios de Jesús restaura a los pecadores.
¿Qué impresión doy acerca de Dios por mi vida? ¿Cómo lo represento por como los demás me juzgan? ¿Qué piensan de Dios los que me miran como punto de referencia? ¿Cómo es el Dios que yo presento? ¿Hablo de Él lo recto?
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