PABLO, ENFRENTANDO LA MUERTE

“Yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano” (2 Timoteo 4:6).
 
Lectura: 2 Tim. 4:6-18.
 
            Pablo está en la cárcel esperando su juicio y ejecución. Sabe que el resultado de su proceso será injusto y que lo condenarán a muerte. En estos momentos tan cruciales, ¿qué es lo que está en su mente?
 
Está pensando en su discípulo e hijo, Timoteo. Quiere que sea fiel a su encargo de predicar la Palabra en todo momento independientemente de lo que los demás quieran oír: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias (deseos) (4:3). Quiere que Timoteo sea sobrio, que soporte las aflicciones, que evangelice, y que cumpla su ministerio.
 
Pablo quiere que sus amigos y colaboradores estén con él y que tenga un tiempo final con ellos antes de partir para estar con el Señor. A Timoteo le dice: “Procura venir pronto a verme” (4:9). El gran apóstol Pablo no era autosuficiente. Deseaba el apoyo de sus hermanos en sus últimas horas. Está pensando en Demas con tristeza: “Demas me ha desamparado, amando este mundo y se ha ido a Tesalónica”. Pablo ha mandado a otros de su equipo a distintos lugares para apoyar a la obra. Ha sacrificado tenerlos cerca por amor a las iglesias que los necesitan: Crescente fue a Galacia, y Tito a Dalmacia. “A Tíquico lo envié a Éfeso… Solo Lucas está conmigo”. Fiel Lucas. ¡Cuánto debemos a estos hermanos! Pablo los quería con un amor entrañable. Quería que viniera Marcos, es decir, Juan Marcos, el que escribió el Evangelio de Marcos, el mismo que desertó a Pablo en uno de sus viajes misioneros, pero ahora ha madurado. Pablo lo ha perdonado y ahora desea que esté con él: “Toma a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio”. Desea su ayuda y compañía con él en la cárcel. ¡Qué cambió! Lo que Marcos no pudo hacer por él en el barco, ahora está en condiciones para hacerlo en un lugar más difícil y más triste, en la cárcel con uno que pronto va a proceder al martirio.
 
Además de querer a sus amados cerca, Pablo necesita su abrigo, porque hace frío en este lugar húmedo: “Trae, cuando vengas, el capote que dejé en Troas en casa de Carpo, y los libros, mayormente los pergaminos”. Pablo necesita su capote y las Escrituras. Un buen equilibrio, lo material y lo espiritual.
 
Pablo también está pensando en sus enemigos y en advertir a Timoteo del peligro: “Alejando el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras”. No pide por su salvación. Lo deja en manos de Dios para que el Señor lo juzgue. 
 
Luego piensa en Aquel que ha estado cerca de él en todo el tiempo de sus pruebas: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta”. Éstos son hermanos que le han fallado. Sí que pide por ellos, que Dios les perdone. “Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas para que por mí fuese cumplida la predicación y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león”. Pablo se sirvió de su juicio para predicar el evangelio y así venció al diablo que lo quería usar para hundirlo. Y el gran apóstol termina con un testimonio de fe inquebrantable: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (4:18). Amén y amén.       

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