“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Lectura: Rom. 5:6-11.
¡Cuán dispuesto estaba Jesús a morir
para que nosotros, pecadores rebeldes, pudiéramos vivir!
La vida que no podían quitar,
¡cuán dispuesto estaba Jesús a dar!
Traspasaron sus manos y sus pies,
y Él entregó libremente su cuerpo.
¡Inmensos eran los dolores de su carne!
¡Pero mayores aún los de su mente!
Una ira tal que encendería un infierno
de desesperación incesante
para millones de pecadores, cayó entonces
sobre Jesús y se consumió allí.
Fue la justicia la que cayó en aquella hora
sobre la amada cabeza de Jesús nuestro Salvador;
el poder interior de la Divinidad en Él
lo sostuvo hasta que la carne murió.
No nos aventuremos a contemplar más de cerca
un dolor tan hondo, tan profundo;
sino que pisemos con asombro, alabanza
y reverencia un suelo tan sagrado.
Joseph Swain, 1761-96
Sin minimizar en absoluto el sufrimiento de Jesús, nos preguntamos, ¿cómo es posible que la muerte de una sola persona pueda bastar para cubrir el pecado de toda la humanidad? Sabemos que es cierto, no cuestionamos la doctrina de la sustitución, pero no terminamos de comprender las matemáticas: ¿cómo es que la muerte de uno podría reemplazar la muerte de muchos millones? No lo podemos comprender hasta que no tengamos una valoración correcta de este “Uno”. ¿Cuánto vale Jesús? Viéndolo en carne humana, parece que vale lo mismo que cualquier otro ser humano, pero cuando lo veamos en su gloria, en la gloria que tuvo con el Padre antes de que los mundos fuesen, nos preguntaremos cómo es que este Ser de infinito valor, el Creador y Sustentador del universo, estaba dispuesto a sufrir y morir para la salvación de la raza humana. Es un desbarajuste. Está fuera de toda proporción. Puesto en la balanza, Él pesa más que todo ser viviente desde el principio del tiempo hasta su ocaso. El precio que Él pagó para salvarnos supera infinitamente el valor de todos los seres humanos juntos. Ya salimos de la esfera de las matemáticas y entramos en la esfera de lo infinito, de la eternidad, donde solo se entra de rodillas en adoración al Amor que no tiene precio, que se desbordó en el Calvario, y compungidos exclamamos: ¡Asombrosa salvación!; ¡magnífico Salvador!
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