“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” (Salmo 27:13).
Lectura: Salmo 27:11-14.
“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes”. Más de uno de nosotros puede afirmar esto. Si no tuviésemos esperanza en esta vida, no podríamos seguir adelante. Sin esperanza no se puede vivir. Si pensamos que nuestra vida va a continuar tal como es, sin ningún rayo de luz, sin ningún aliciente, ninguna esperanza de que las cosas van a mejorar, preferimos la muerte. Mejor ir para estar con el Señor. Pasar el resto de su vida evadiendo a Saúl no era vida para David. La fe en que Dios va a cambiar las cosas es imprescindible. Otra traducción de este mismo salmo reza así: “Creo que veré la bondad de Dios en la tierra de los vivientes” (BTX). Es lo mismo, pero en afirmativo. ¿Tú crees que verás la bondad de Dios aquí en la tierra?
“Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Salmo 30:5). “Por la noche durará el llanto, pero al amanecer viene la alegría” (BTX). El más desesperado entre nosotros dirá: “Sí. Y cuando venga la mañana, ¿será con la muerte?”. Si pensamos esto, ya hemos perdido toda esperanza de ver la bondad de Dios ahora en esta vida. La fe remonta para contestar: “Dios hará algo”. Lo que es seguro es que “Dios cumplirá su propósito en mí”. Esta frase alienta nuestra fe. Sabemos que sus propósitos son buenos, sabios, y misericordiosos, pues el salmo continúa: “¡Oh Dios, tu misericordia es para siempre”. Pero termina: “No desampares la obra de tus manos” (Salmo 138:8). Pensaríamos que terminaría alabando a Dios por lo que haría, pero no; termina con a un ruego suplicando a Dios que no nos abandone, argumentando que somos la obra de sus manos. ¿Cómo puede Dios abandonar la obra de sus manos? No puede. Así que el salmista va a ver contestada su oración. Sé que Dios no me va a abandonar, porque su Nombre está asociado al mío. Su reputación está en juego con mi vida. La misericordia de Dios es muy grande.
“No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de Dios. Me castigó severamente, pero no me entregó a la muerte… Te alabaré porque me has oído, y has venido a ser mi salvación. La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo. De parte de Dios es esto y es admirable ante nuestros ojos” (Salmo 118:17-23). Este salmo se refiere a lo que pasó con Jesús. ¡Jesús cita el versículo 22 refiriéndolo a sí mismo! Él mismo pasó por la experiencia de ver todo perdido, igual que nosotros. Parecía que el plan mesiánico iba a fallar, sus discípulos lo habían abandonado, pero puso su esperanza en Dios y Dios hizo el milagro más grande de todos los tiempos, resucitó a Jesús con un nuevo cuerpo haciéndolo la cabeza de una nueva raza humana, y puso su plan de salvación en marcha. La fe en Dios nunca es en vano. Jesús lo comprobó definitivamente mostrando que Dios oye nuestra súplica y está cerca de nuestro clamor y galardona nuestra confianza en Él más de lo que podamos imaginar. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Salmo 43:5).
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