LA RENUNCIA (2)[1]

“Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:42).
 
Lectura: Mateo 26:36-44.
 
            El camino de la victoria llega por medio de la fe, esto sí, pero no por la fe en que Dios hará lo que queremos, sino por la fe en que Dios hará lo que Él quiere, que lo que Él quiere es mejor que lo que yo quiero. Llegar a este punto es muy difícil. Muchos creyentes no llegan y están ofendidos con Dios. No comprenden por qué no ha hecho lo que ellos esperaban, tenían fe, pero, a todas luces, Dios les ha fallado. Entonces se levanta una pared entre ellos y Dios y ellos entran en un tiempo de oscuridad espiritual en que Dios parece lejos y distante. Si aman al Señor y han tenido mucha comunión con Él en el pasado, este tiempo es muy doloroso. Han orado con fe para la sanidad de un ser querido, por ejemplo, y esta persona ha muerto, y ellos se han hundido. ¿Qué les ha pasado? No han pasado por el tiempo de la renuncia de su voluntad.
 
            Vamos a mirar el orden bíblico. Primero Getsemaní, luego la Cruz, luego el día de la resurrección. Getsemaní es el lugar de la renuncia de nuestra voluntad, la que acariciamos que nos parece tan bíblica, espiritual, agradable y perfecta. Hemos de renunciar a nuestro plan. Jesús llegó a Getsemaní en un estado de profunda tristeza y angustia. Pidió a sus discípulos que lo acompañasen en oración, pero le fallaron. Solo, Él se puso a orar, pensando en lo que le esperaba en el Calvario. Se postró en tierra. Sudaba gotas de sangre. Sabía que tenía que morir; su espíritu estaba dispuesto, pero su carne no quería: “Entonces Jesús le dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte…se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí está copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mat. 26:38, 39). Pasó un rato y “otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (26:42). E hizo falta que orase una tercera vez para terminar de alinear su voluntad con la del Padre, ¡y lo consiguió! Ya tenía la victoria. Con esta convicción se levantó para recibir a la turba que le iba a tomar preso.
 
            Si ganamos la victoria en Getsemaní por medio de la renuncia de nuestra voluntad, la cruz no puede destruir nuestra fe. Al principio de la cruz el Señor clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. Parecía que Dios lo había abandonado. Se sentía completamente solo por primera vez en su existencia. Pero su fe no lo abandonó. Permaneció en tacto cuando Dios no le libró de la muerte. Al final pude decir: “En tus manos encomiendo mi espíritu” con total fe. Murió, y entonces Dios lo libró de la muerte. Lo resucitó. 
 
            Somos sus hijos y Dios no nos libra de los requisitos de ser hijos. El Hijo mayor marcó el patrón. El camino a la resurrección siempre pasa por Getsemaní.

[1] En el devocional “LA RENUNCIA (1)” hablamos de la renuncia de la carne. Ahora hablamos de la renuncia de nuestra voluntad.

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