“Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del tiempo y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? Habiendo estado con vosotros cada día en el templo, no extendisteis las manos contra mí; más esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas” (Lucas 22:52, 53).
Lectura: Lucas 22:47-51.
La guerra espiritual no se lidia con armas humanas como espadas y palos, o con denuncias o recursos, sino por medio de la oración. Los abogados humanos tienen su lugar, pero su poder no es suficiente para luchar contra “principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12). Cuando los discípulos vieron venir la turba armados con espadas y palos, preguntaron a Jesús si tenían que luchar contra ellos con la espada: “Viendo los que estaban con él lo que había de acontecer, le dijeron: Señor, ¿heriremos a espada? Y uno de ellos hirió a un siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha” (22:49, 50). Éste se adelantó sin esperar la respuesta de Jesús. Jesús contestó que no: “Entonces respondiendo Jesús, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó” (22:51).
“Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios” (2 Cor. 10:3-5). ¿Y cuáles son estas armas tan poderosas? Son los poderes de Dios. Dios puede lograr grandes victorias en un instante. Puede usar ángeles, puede hacer milagros, puede hacer que el enemigo se destruya a sí mismo. Tenemos acceso a su incalculable poder por medio de la oración. El Señor les dijo a sus discípulos en el huerto de Getsemaní que orasen. Mientras ellos dormían, Él ganó la victoria por medio de la oración, y la ganó por luchar hasta someter su voluntad a la voluntad del Padre. Nosotros ganamos por crucificar nuestra carne, que es aliada de Satanás, y rendirnos totalmente al plan del Padre.
El poder de las tinieblas supera todo lo imaginable. Nunca debemos subvalorar lo que el enemigo es capaz de hacer. Es capaz de destrucción incalculable. Sus planes maquiavélicos pueden destruir nuestra vida. Pero lo contrario es verdad también, que el poder de Dios puede librarnos y darnos una victoria tan grande que nunca podríamos haberlo creído posible. El himno lo expresa así:
Llévanos adelante, oh Rey eterno, el día de marcha ha llegado;
De ahora en adelante en campos de conquista tus tiendas serán nuestros hogares:
Por medio de días de preparación, tu gracia nos ha fortalecido,
Y ahora, oh Rey eterno, alzamos nuestro himno de batalla.
Llévanos adelante, oh Rey eterno, hasta que cese la guerra feroz del pecado,
Y la santidad susurre el dulce amén de la paz;
No con el estridente choque de espadas, ni con la emoción de tambores,
Sino por actos de amor y misericordia, llega el reino celestial.
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