“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Lectura: Heb. 4:14-16.
Acudamos a Dios con nuestra pena; no dejemos que el dolor nos aparte de Dios, sino, todo lo contrario, que sea el medio que nos impulse a acercarnos a Él: “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión” (4:14). El dolor es una llamada a buscar consolación del Señor, porque Él nos comprende, y nos puede ayudar: “porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (4:15). Se compadece de nosotros. Nos dice: “Pobrecita”, y su ternura nos llega. Él pasó por todo lo que nosotros pasamos. Sabe lo que duele el dolor nuestro, porque lo sufrió en su carne. Sabe cómo no caer en la tentación que viene con el dolor, porque no cayó Él; estuvo “sin pecado”, y nos muestra la escapatoria. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (4:16). Él puede darnos el “oportuno socorro” para que la tristeza no nos consuma, para que no muramos de angustia. Él nos rescata. Es socorrista. El río de angustia no nos ahogará. El fuego de la prueba no nos quemará. El peso de la pena no nos aplastará. El Señor nos rescatará. Por esto es imprescindible acudir a Él para conseguir el alivio que necesitamos para seguir viviendo. Nos da esperanza, y nos da amor, comprensión y consuelo.
Venid, desconsolados, dondequiera que languidecéis;
venid al propiciatorio, arrodillaos fervientemente.
Traed aquí vuestros corazones heridos, contad aquí vuestras angustias;
no hay en la tierra dolores que el cielo no pueda curar.
¡Alegría de los desolados, luz de los extraviados,
esperanza de los penitentes, inmarcesible y pura!
Aquí habla el Consolador, diciendo con misericordia:
«No hay dolor en la tierra que el cielo no pueda curar».
Aquí veis el pan de vida; ved las aguas que fluyen
del trono de Dios, puras, desde lo alto.
Venid al banquete de amor; venid, sabiendo siempre que
en la tierra no hay penas que el cielo no pueda quitar.
Thomas Moore, 1779-1852 y Thomas Hastings, 1784-1872
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.