“Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas” (Salmo 139:13, 16).
Lectura: Salmo 139:13-19.
Este maravilloso salmo, ¡que es el favorito de muchos de nosotros!, empieza hablando del íntimo conocimiento que tiene Dios de nosotros; continúa hablando de su presencia con nosotros en todo lugar donde pudiésemos encontrarnos; y luego habla de su cuidado y supervisión de nuestra formación en el vientre de nuestra madre. ¿Cómo podría un Dios que está en todo olvidar de incluir una cosa necesaria cuando nos formó? Nos hizo para conocernos y estar con nosotros. Está pendiente de nosotros en todo momento. ¿Es posible que al hacernos omitiese algo que necesitamos para servirle, o que nos diese algo que haría imposible que lo sirviésemos? No tiene sentido. Dios no estropea sus propios planes. Dios hizo nuestros cuerpos de acuerdo con su voluntad para con nosotros. Si quiere que tú seas un guía turístico a Tierra Santa, no te va a crear ciego. Si quiere que seas cocinero, no te va a crear sin olfato. Si quiere que seas maestra de niños, no te va a crear con un impedimento en el habla. Dios tuvo todo en cuenta cuando nos hizo, y su Espíritu nos dirigió para que encontrásemos aquello para lo cual fuimos creados.
Esto no quiere decir que no nazcan niños minusválidos, o niños con síndrome de Down. Significa que todos tenemos nuestro lugar y propósito en la economía de Dios y estamos hechos para aquello. Lo que quiere decir es que, si hemos nacido con algo que dificulta nuestro servicio a Dios, o bien Dios lo sanará, o bien nos dará la cantidad de gracia que nos capacitará para superar esta dificultad. Pablo empezó su vida cristiana ciego, y Dios lo sanó para que pudiese servirle de misionero (Hechos 9:17). Más adelante en la vida tuvo otra dificultad que no nos especifica, una cosa que Pablo llama su “aguijón en la carne”, y rogó al Señor que se lo quitase. El Señor le contestó: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad”. Pablo respondió: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12: 8-10). Dios es glorificado al darnos su gracia vencedora, para que le podamos servir a pesar de nuestro “aguijón”, porque queda evidente que hemos hecho aquello que era imposible para nosotros por medio de la gracia de Dios.
Dios nos da lo que necesitamos para servirle, o compensa dándonos su gracia vencedora para poder servirle, pero servirle lo servimos, y en esto Dios es glorificado. Dios siempre obra para que su voluntad sea hecha, incluso cuando la dificultad viene del diablo, de “un mensajero de Satanás” (2 Cor. 12:7) como tuvo Pablo. Dios se glorificó dándole su gracia. No quitó el “mensajero de Satanás”; lo neutralizó. Cuanto mayor nuestra dificultad, más gracia da Dios. Al final solo podemos decir: “En cuanto a Dios, su camino es perfecto” (Salmo 18:30), y, al darnos cuenta de cómo ha superado todo obstáculo, Dios es glorificado y su propósito cumplido.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.