¿QUÉ PROPÓSITO TIENE LA VIDA?[1]

 

Si fuéramos a entrevistar a la gente de la calle y le preguntásemos: ¿Qué propósito piensas que tiene la vida?, obtendríamos una amplia gama de respuestas, que van desde muy optimistas, hasta ninguna en absoluto, que la vida es para sufrir sin propósito alguno. En el primer grupo de los optimistas nos contestarían que la vida es para estar feliz y que la felicidad se encuentra en el dinero, en el trabajo llevado a cabo con éxito, en la autorrealización, en la diversión y el placer, o en la familia, si funciona bien.  Pero de ellos, ¿cuántos dirían que han encontrado todo lo que quieren en la vida y que están totalmente satisfechos?
 
            Hay otro grupo, quizás más grande, que diría que la vida no tiene sentido. Oímos del caso de una chica de diecisiete años que ha hecho todo ya, no le queda nada por descubrir, y ella quiere morir. Como ella hay muchos jóvenes. Las mujeres abandonadas, maltratadas o infelices en sus matrimonios no guardarían mucha esperanza para la vida. Tampoco la familia muy pobre que apenas llega a final de mes, o el joven que no encuentra ni trabajo ni futuro. Estas personas están desesperadas, amargadas, aburridas, y cansadas. No encuentran el sentido de la vida.  
 
            San Agustín de Hipona dijo: “En cada uno de nosotros existe un vacío con la forma de Dios que sólo Cristo puede llenar”. Sin Dios estamos vacíos. La vida no tiene sentido.
 
            Entonces, ¿sacamos la conclusión de que el propósito de la vida es creer en Dios? Sí, pero mucho más que esto. ¿Es convertirse? Bueno, convertirse es necesario para no ir al infierno, pero ¿qué de la vida? Hay que pasar muchos años aquí antes de irnos al Cielo. ¿para qué sirven? ¿El propósito de la vida es estudiar la Biblia? Eso lo dirían los Testigos de Jehová. Claro, nos conviene estudiar la Biblia, pero la vida consiste en mucho más que esto. Entonces, ¿será que el propósito nuestro es servir en la iglesia? Esto pensaba yo. Era salva y leía la Biblia, y pensaba que servir en la iglesia era lo que me daría propósito en la vida. Sería útil. Pero solo me conducía a una hiperactividad religiosa y al agotamiento. No me proporcionaba la sensación de haber realizado la finalidad de la vida.
 
Si descartamos todos estos propósitos, ¿qué nos queda? Propongo que el propósito de la vida es amar y ser amado. ¿Amado por quién? ¿Y amar a quién?  Sin amor no se puede vivir. Todos hemos oído de estudios que se han hecho con niños recién nacidos y puestos en incubadoras. Si nadie les da amor, se mueren. Dios es amor. Jesús es Dios hecho hombre y te ofrece su amor. Dijo: “Nadie tiene mayor amor que esté, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Estaba diciendo: “Nadie puede amarte como yo. No hay amor como el mío, compasivo, abnegado, tierno, y apasionado. Es personal e íntimo. Llega a lo más recóndito de nuestro ser”. Él demostró su amor en la cruz dándonos su vida para que nosotros pudiésemos tener el perdón de nuestros pecados en un acto de amor. Y con este amor podemos vivir y sentirnos amados.   

[1] Charla dada en la reunión de mujeres, Esparraguera, 8/2/25

    

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