“… para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 3:17-19).
Lectura: Ef. 3:14-21.
Estar llenos de Dios tiene que ver con el amor. En el pasaje citado arriba vemos que por la fe somos arraigados y cimentados en amor; comprendemos un poco de la grandeza del amor de Cristo, y conocemos por experiencia este amor. Su amor es la base de nuestra vida: lo apreciamos con la mente, y lo conocemos íntimamente y lo experimentamos dentro de nosotros mismos. Dios es amor y para estar llenos de Dios hemos de estar llenos de amor. Para ello hemos de abrirnos para recibir el amor de Dios, confiar en su amor, y descansar en su amor.
Para estar llenos de Cristo, hemos de comer de Él: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (Jn. 6:56). Comer de Cristo es alimentarnos de Él, nutrirnos de Él, recibir nuestro sostenimiento del Él, de su misma vida en nosotros. También hemos de beber de él: “Jesús se puso de pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura; de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Juan 7:37-39).
Para estar llenos del Espíritu hemos de sumergirnos en Él. El profeta habla del río de Espíritu de vida que sale del templo de Dios, del trono de Dios, de su misma Persona sentada en el trono, y llena su casa. Fluye por la puerta y sale al exterior con cada vez más caudal. Todo aquel que entre en este río recibirá sanidad de las aguas, “y vivirá todo lo que entrare en este río… Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina” (Ez. 47:8, 9, 12).
Estar lleno de la Palabra de Cristo es estar lleno de Él. Es recibirla, creerla, asimilarla y vivirla. Lo mismo es comer de Él y beber de Él. Beber de Él es beber de su Espíritu y llenarnos del Él, hasta que esta plenitud salga en ríos de agua viva para nutrir a otras almas. Da vida por donde pasa el río. Y todo tiene que ver con recibir su amor y permanecer en su amor y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento para estar llenos de toda la plenitud de Dios. Venimos a Cristo por fe, recibimos de Él por fe, comemos y bebemos de Él por fe; lo que estamos recibiendo es su amor. Y cimentados y arraigados en este amor producimos los frutos de amor perpetuamente para la sanidad de otros, para la alabanza del amor de Dios en Cristo Jesús.
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