CÓMO ME VEO AHORA

 

“De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios” (2 Cor. 5:17).
 
Lectura: 2 Cor. 5:14-21.
 
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (5:21). Me veo justo. Jesús me ha hecho justo y así me veo. Él se llevó mi pecado y me dejó con su justicia. El texto dice que ahora: “A nadie conocemos según la carne” (5:16), ¡ni siquiera a nosotros mismos! No nos vemos a la luz de nuestras taras e imperfecciones, ni a la luz de nuestros pecados pasados, ya confesados, perdonados y llevados lejos de nosotros. Somos nuevas personas en Cristo por la obra del Espíritu Santo, quien mora en nosotros. Si nací con ciertos lastres, tendencias, inclinaciones a pecar, y defectos de carácter, ahora he nacido de nuevo y tengo el poder del Espíritu Santo para contrarrestar todo aquello. Dios no quita mis taras, me da el poder del Espíritu Santo para neutralizarlas y superarlas. Sigo con un pronto, por ejemplo, y la tendencia de explotar y pasarme diciendo lo que no debo, pero ahora tengo el Espíritu Santo, y uno de los frutos del Espíritu es el autodominio con el cual puedo tranquilizar este pronto. Cuando viene la tentación de enfadarme y pasarme, aplico este fruto del Espíritu, ¡y me controlo! Por lo tanto, no me veo como una persona explosiva y conflictiva, sino como una persona que ahora puede dominar esta tendencia, y me maravillo.
 
No me veo a la luz de todos mis pecados y conflictos del pasado. Me veo perdonada, libre, y equipada para no meterme en líos, porque el Espíritu Santo ahora forma parte de mí. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gal. 5:22, 23). Si en la carne era antipático, ahora puedo amar. Si en la carne era tristón, ahora tengo el gozo del Señor. Si en la carne era conflictivo, ahora soy pacífico. Si en la carne era impaciente con los demás, ahora tengo el suministro de la paciencia del Espíritu de Dios. Y lo mismo con el resto del fruto del Espíritu. El fruto no aparece automáticamente. Está de oferta, y lo puedo conseguir gratis; está a mi disposición. Si lo pido, Dios me lo da: “Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lu. 11:13). Este fruto no está en el almacén del Espíritu, sino que forma parte de Él y cuando lo pido, el Señor me da más de su Espíritu. Yo lo tengo que cultivar. Lo recibo por la fe y con persistencia voy cultivando este fruto del Espíritu que, con el tiempo me cambia. De esta manera no me veo según la persona que antes era, sino según esta nueva persona que soy ahora con este fruto en operación. Me veo amoroso, gozoso, pacífico, paciente, etc. ¡Qué cambio en mi autoestima! No pienso que la gente me vaya a rechazar. Lo que pienso es que los amo con el amor del Espíritu, y no me preocupo por lo que piensan de mí. Lo que pienso es que el Señor es maravilloso por operar estos cambios en mí. Su salvación perdona y transforma.
 
Padre amado, te damos infinitas gracias por la sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado, y por el Espíritu Santo que nos va cambiando por medio de su fruto que ahora opera en mí y te alabo por este perfecto plan de salvación. ¡Efectivamente soy una nueva criatura!

    

Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.