“Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6:5-7).
Lectura: Is. 6:1-7.
¡Cuánto nos extraña esta confesión de pecado de parte de Isaías! Lo vemos como un santo. ¿Qué necesidad tenía él de confesar nada? Fue un hombre de Dios. Sin embargo, Dios no le dice que no tiene nada que confesar. Acepta su confesión como necesaria y lo declara perdonado: “es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. El carbón del altar quemó su pecado y purificó sus labios, porque estos labios necesitaban ser no solamente puros, sino que necesitaban el toque divino del fuego eterno del altar de Dios para poder hablar palabras divinas, inefables, procedentes de la boca de Dios. Ninguna limpieza humana bastaría para efectuar el cambio. Isaías iba a proclamar las palabras más divinas de toda la Biblia, por decirlo así, salvo las de Dios mismo.
A Isaías le fue necesario una visión de la santidad de Dios y un toque de Dios sobre la parte de su cuerpo que iba a emplear en su ministerio, es decir, su boca, como preparación para su ministerio. Como consecuencia, algunas de las palabras y expresiones de Isaías son las más bellas de toda la Biblia. Él escribió el capítulo 53, que es la revelación más perfecta en toda las Escrituras del significado de la muerte de Jesús: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:5).
Vamos a mirar una selección arbitraria de las bellas palabras de vida que salieron de la boca santificada de este erudito siervo de Dios:
- “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).
- “Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia… Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el Principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Is. 9:1, 6).
- “No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro; dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor” (Is. 41:14).
- “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is. 43:2).
- “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová: Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is. 55:8, 9).
- “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y será como huerto de riego, como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (Is. 58:11).
- “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad” (Is. 63:9).
- “En los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos?” (Is. 64:5).
- “Mira desde el cielo, y contempla desde tu santa y gloriosa morada. ¿Dónde está tu celo, y tu poder, la conmoción de tus entrañas y tus piedades para conmigo? ¿Se han estrechado? Pero tú eres nuestro padre… nuestro Redentor perpetuo es tu nombre” (Is. 63:15, 16).
- “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo” (Is. 65:17, 18).
Cuánto debemos a este hombre tan brillante que tan cruel martirio sufrió por su fidelidad al Dios que amó entrañablemente.
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