GRATITUD Y SALVACIÓN

“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos, y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” (Lucas 17:11-13).
 
Lectura: Lucas 17:11-19.
 
            Lo que nos sorprende de esta historia es la cantidad de fe que tuvieron estos leprosos sin ser salvos, con la excepción de uno de ellos. ¿Cómo lo explicamos?
 
            La primera clave es el nombre con el que invocaron su ayuda. Gritaron: “Jesús, Maestro”. “Jesús, hijo de David”, por ejemplo, es un título mesiánico, pero, llamarle “Maestro” es solo reconocer a Jesús como un rabino más, pero con la capacidad de sanar. Tuvieron fe en que Él podía sanarlos. Esto ya es mucha fe. Luego mostraron fe en su palabra y la obedecieron: “Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados” (17:14). Esto es aún más fe. La lepra era una enfermedad muy contagiosa. La ley de Moisés estipula que si una persona se cree sanada tiene que ir al sacerdote para que lo confirme y lo pronuncie limpia de la enfermedad, y solo entonces puede ser reinsertada en la sociedad. Ellos creyeron que antes de llegar al sacerdote iban a estar sanados y con esta fe empezaron el camino que los llevaría al sacerdote. Por fe y por obediencia empezaron el viaje a Jerusalén. Esto ya es un comienzo admirable. Y su fe funcionó: “Mientras iban, fueron limpiados”.
 
            “Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias” (17:15, 16). Notamos una cosa. No glorificó a Jesús, sino a Dios, pero se acercó a Dios por medio de Jesús. Se postró a los pies de Jesús para darle las gracias. Esto es reconocer que hay una conexión entre glorificar a Dios, postrarse a los pies de Jesús y darle gracias. Es como creer que adorar a Jesús y darle gracias es glorificar a Dios. Esta es la fe que lo salvó: “Y Jesús le dijo: “Levántate, vete; tu fe tu ha salvado” (17:19). Su fe iba creciendo. Primero creyó que Jesús podía sanarlo. Después creyó que, si obedeciese y fuese a mostrarse al sacerdote, llegaría sanado a la consulta. Pero, cuando vio que la palabra de Jesús podía sanar a distancia y que Dios estaba en ella, ya pudo creer que adorar a Jesús era la forma de glorificar a Dios, que creer en Dios y creer en Jesús era lo mismo.
 
            Otro detalle: Jesús lo llamó “extranjero”. Era samaritano. ¿Lo despreciaba? No, le estaba enseñando que “la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22) y que este hombre, para seguir a Jesús, tendría que dejar sus antiguas creencias y abrazar la fe en Jesús que tenía sus raíces en el judaísmo. Ya iba a tener una nueva vida este hombre, pues la fe que salva siempre conduce a una nueva vida. Va mucho más allá que creer que Jesús puede sanar; es encontrar a Dios en Él. El leproso curado “se postro rostro en tierra a sus pies” (Lu. 17:16).
           

    

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