EL DILEMA DE DIOS

“Así que, en cuanto al evangelio, [los judíos] son enemigos por causa de vosotros, pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres” (Romanos 11:28).

Lectura: Romanos 11:28-36.

Los judíos son amados de Dios porque el amor de Dios a Abraham fue tan grande que no cabía en una sola persona; prometió bendecir a su descendencia para siempre: “Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar, y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gen 22: 15-18). “Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de su descendencia después de ti” (Gen 17:7). Esto, por un lado, y, por otro lado, los judíos son enemigos de Dios por su rechazo de Cristo. La justicia de Dios exige su condenación, pero su fidelidad a su pacto exige su salvación. 

            Recientemente sentí este mismo conflicto orando por un hijo de creyentes que rechazó el evangelio e hizo mucho daño a sus padres. Por un lado, es justo que se condene, pero por otro lado es muy amado. Los padres han llorado lágrimas de rodillas pidiendo su salvación. No pueden condenarlo por mucho daño que les haya hecho. Quieren que se salve. Pero es justo que se condene después de todo lo que ha hecho. Aquí está el conflicto: este hijo es enemigo de la cruz de Cristo, y a la vez es muy amado. ¿Cómo lo ve Dios? Por un lado, ha rechazado a su Hijo, por otro es hijo de sus amados hijos y lo ama por amor a ellos.

            Este es el conflicto que estalló en el mismo corazón de Dios entre su justicia y su misericordia, conflicto que desgarró su corazón en el Calvario. ¡Cómo sufría Dios! Hemos de entender este conflicto entre las dos partes principales de su naturaleza: Dios es justicia, pero también es amor; ninguna parte podía pasar por alto a la otra sin dañar su esencia. Su justicia exige nuestra condenación; su misericordia exige nuestra salvación. Nos amaba, pero no podía aceptarnos debido a nuestro pecado; no podía pasar por alto nuestro pecado, tampoco podía dejar de amarnos. Aquí en la Cruz de Cristo tuvo lugar el gran encontronazo entre el amor de Dios y la justicia de Dios, conflicto que encontró su resolución en la muerte del Hijo de Dios.

            El padre que padece por un hijo desobediente entiende un poco el sufrimiento del corazón de Dios, partido por las justas exigencias de su Ley y su amor al pecador. Dios ama a tu hijo porque te ama a ti. La rebeldía del hijo demanda su condenación, pero el amor al padre pide su salvación. Dios lo podría condenar justamente, pero resulta que este hijo está en la línea de Abraham por sus padres, y, por lo tanto, heredero de las promesas del pacto. El afligido padre encuentra descanso en la fidelidad de Dios a sus promesas hechas a Abraham.   

    

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