“Así ha dicho Jehová: ¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que confía en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor! Será como una zarza en el desierto: no se dará cuenta cuando llegue el bien. Morará en la sequedad del desierto, en tierras de sal, donde nadie habita. Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto” (Jeremías 17:5-8, NVI).
Lectura: Jer. 17:5-10.
Lo que sigue es una reflexión de nuestra hija:
Aunque este texto contrasta el que confía en el Señor con el que no, también puede ser verdad de una misma persona en distintos momentos. Lo que es muy real para mí es que cada día tenemos que elegir, cada día tenemos la oportunidad de adiestrar nuestro corazón y nuestra mente para ser o bien un árbol, o bien una zarza. Las zarzas son las personas que confían en sí mismas y en sus propios recursos, cuyo corazón está arraigado en sí mismas. Su motivación es principalmente egoísta. Piensan mayormente en el yo. Si uno depende de sí mismo y sus propios recursos limitados, vivirá en tierra sedienta. Cada día es una oportunidad para entrenar la mente y el corazón a ser un árbol y no una zarza. Nuestras circunstancias están ordenadas para enseñarnos a echar raíces en Dios. Encontremos cosas desagradables cada día, enviadas como pruebas: personas que molestan y situaciones que no queremos las cuales nos dan miedo por lo que nos pueda pasar. Tal vez faltarán los recursos mentales o materiales o el tiempo necesario para hacer lo que tenemos que hacer. Entonces, ¿en quién vamos a confiar? Cada día escogemos si vamos a ser un árbol, a confiar en el Señor, y echar raíces más profundas en Él, o si vamos a ser una zarza y confiar en nuestros propios recursos, y dejar que el miedo, la ansiedad, o el juicio de otros se apodere de nosotros. Si lo hacemos, nos secamos más, y el fruto será evidente. Nuestro corazón está diseñado para funcionar con Dios; no obstante, es perverso y tiende a pensar y confiar en sí mismo. Al menos el mío es así. Pero podemos entrenar nuestra mente. Podemos ser renovados cada día. Nuestra mente tiene que ser transformada de modo que veamos problemas y preocupaciones como oportunidades para crecer y aprender a confiar en Dios, a coger al vuelo nuestros pensamientos malos hacia otros, nuestra indignación, y sacarla fuera, y aprender a ser fieles al Señor y confiar solo en Él.
Padre amado, pido que me ayudes a aprender a adorarte por medio de los problemas y las situaciones desagradables de mi vida, a verlos como oportunidades para confiar en ti, y no en mí misma. Ayúdame a acercarme a ti como mi Padre, sabiendo que Tú sabes lo que me concierne y cuáles son las cosas que no quiero. Padre, guárdame de lo que quiero que no es bueno para mí, guárdame de los deseos de mi corazón en los cuales fijo mi atención, y ayúdame a fijarme en lo que Tú tienes para mí, porque todo lo bueno procede de ti. Hoy, al ir al trabajo, si tengo que enfrentar una conversación difícil, ayúdame a amar a las personas y a no juzgarlas como faltas de entendimiento, o inferiores, y a apreciar su punto de vista y pensar que quizás ellos tengan la razón y no yo. Y, si la tengo, ayúdame a mostrarles suavemente con amor que la tengo en lugar de gloriarme en mí misma. Señor, no quiero ser una zarza; quiero ser un árbol, un árbol que se extiende sus raíces hacía ti para producir tu fruto y no el de mi perversidad, sino el fruto de lo que Jesús está haciendo en mi vida. Pido que produzca sus obras, no las mías, sino el fruto de tu Espíritu en mí. Amén.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.