AL QUE TE ROBE

 “Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva” (Lucas 6:29, 30).
 
Lectura: Lucas 6: 27-36.
 
            Estos versículos se encuentran en medio del Sermón del Monte. Jesús está enseñando acerca de cómo hemos de tratar a nuestros enemigos. Muchos responden que no tienen enemigos, y piensan que esta enseñanza no tiene mucho que decirles, pero hay otros que están sufriendo por amor a Cristo y se identifican enseguida con el concepto de tener enemigos que pretenden despojarlos de todo cuanto tienen. Hay pueblos de Nigeria que han sido quemados porque son mayoritariamente cristianos. Otros pueblos han visto sus iglesias quemadas, casas destruidas, personas asesinadas, y bienes robados. Para nuestros hermanos allí, esta enseñanza es muy práctica y necesaria para sanarlos del trauma que han vivido. Si sistemáticamente practican la enseñanza previa, se verán libres de rencor y amargura: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (6:27). Cuando hacemos estas cuatro cosas, Dios va cambiando nuestros corazones y encontramos finalmente que le estamos orando muy en serio con deseos sinceros de bien para los que nos hacen daño.
 
            Si tenemos que ser procesados en un tribunal de divorcio, la enseñanza es básicamente la misma. Dejamos que Dios nos defienda, como promete hacerlo en el Salmo 37 que hemos estado leyendo: “Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es su fortaleza y los librará; los libertará de los impíos, y los salvará, por cuanto en él esperaron” (Salmo 37:39, 40). Esto significa confiar en Dios y hacer el bien, aun al enemigo, y que Dios defenderá nuestra causa. Si ante el tribunal el otro se aprovecha del hecho de que somos cristianos y nos despojan de todo cuanto tenemos, Dios nos dará la recompensa. Esto es lo que pasó con Jesús. En su proceso los enemigos lo despojaron de todo cuanto tenía: de su reputación, de su libertad, de todo menos de sus bienes materiales, porque no los tenía; solo poseía la ropa que llevaba puesta y su propio cuerpo. Le quitaron la ropa, y le sacaron la sangre de sus venas y el aire de sus pulmones y le destrozaron el cuerpo. Se quedó literalmente sin nada. Pero después le fue dado un cuerpo inmortal, perfecto. Él fue constituido Cabeza de la Iglesia, compuesta por millones de seres humanos, también su cuerpo. Ahora tiene millones de cuerpos, todos ansiosos de hacer la voluntad de su Padre, igual que Él, dispuestos a servir a su Dios. En cuanto a su reputación, le fue dado un nombre sobre todo nombre, al cual todos tendrán que rendir homenaje (Fil 2:9-11). Y en cuanto a bienes materiales, le fue dado por herencia el universo entero. Perdió todo cuanto tenía para ganar lo que nunca podía perder, dado por Dios, como su posesión eterna. Él cumplió con esta enseñanza a la perfección, y su experiencia nos enseña cual es el resultado.   

    

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