“Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia” (Lucas 3:21, 22).
Lectura: Lucas 4:1.
Nos encontramos en el bautismo de Jesús. Juan el Bautista ya ha identificado a Jesús como el Mesías, y ahora el Padre lo identifica como su amado Hijo, de forma único. Los judíos esperaban a un Mesías, pero nunca sospecharon que el que vendría sería el mismo Hijo de Dios. Solo pensarlo para ellos sería blasfemia, pero aquí en el bautismo de Jesús el Padre lo proclama a los cuatro vientos, justo cuando Jesús está para empezar su ministerio público. Aquí en esta escena están presentes el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Y cuál es el propósito de la aparición del Espíritu Santo en este evento? ¿Con qué finalidad hizo acto de presencia? Vino precisamente para ungir a Jesús para el ministerio que estaba a punto de empezar.
Jesús ya tenía treinta años, la edad en que los sacerdotes empezaban su ministerio. Ellos fueron ungidos con aceite al entrar en su oficio. Los profetas también fueron ungidos con aceite al comenzar el suyo. Y los reyes de Israel igual. Está unción con aceite simbolizaba que Dios estaba poniendo el poder y dones del Espíritu de Dios sobre ellos para capacitarlos para desempeñar sus ministerios. Jesús es Sacerdote, Profeta y Rey en forma de hombre y, como tal, necesitaba el poder de Dios sobre Él para poder llevar a cabo el ministerio que el Padre le había entregado. Nunca hizo nada en su propio poder o bajo su propia autoridad. Todo lo hizo en dependencia de Dios, con el poder de Dios, y para la gloria de Dios.
¿Cuál fue el resultado de esta unción? Lucas nos lo explica: “Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán” (Lucas 4:1). Las implicaciones de la experiencia de Jesús para nosotros son evidentes. Si Él, en condición de hombre, necesitaba la unción y plenitud del Espíritu Santo para llevar a cabo su ministerio, nosotros mucho más. La unción ocurre una vez, pero la llenura del Espíritu Santo es un continuo. Dios unge, nosotros tenemos que mantenernos llenos del Espíritu. Las Escrituras dicen: “Sed llenos del Espíritu” (5:18). Tenemos una promesa que se aplica a esta necesidad: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). Pues, hemos de pedir.
Recordemos que en una ocasión cuando Jesús estaba ministrando a la multitud una mujer tocó el borde de su manto con fe y Él notó que poder había salido de él: “Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí” (Lucas 8:46). Cuando el poder sale de nosotros porque hemos ministrado, o hemos ayudado a alguien, o servido a otros, ¿qué tenemos que hacer? Pedir a Dios que nos llene otra vez. Así es como vivía Jesús, siempre buscando al Padre en oración y siempre recibiendo la ministración del Espíritu para mantenerse lleno de Él y preparado para servir en todo momento. Hemos de aprender a vivir así.
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