“Su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mateo 2:2).
Lectura: Mateo 2:1-12.
Aparece una estrella en el firmamento y un séquito de hombres del Oriente emprende un viaje de meses para rendir homenaje a un rey que acaba de nacer en Israel. Inverosímil. ¿Qué los motivaría a hacer cosa semejante? Esta historia está envuelta en misterio, pero cuanto más se medita en ella, más tienes la impresión de que todo fue programado, que estos hombres se dan cuenta de que están participando en algo mucho más grande que ellos mismos, que Dios los ha llevado a tomar parte en sus designios eternos y que ellos forman parte de una historia que tiene sus raíces en la eternidad y un alcance que aún no ha sido revelado en su totalidad.
Cuando ven la estrella, se sienten llamados a ir. No la reciben como una novedad interesante en el horizonte que no tiene nada que ver con ellos, sino como una comisión. La estrella habría sido vista por miles en su país, pero los únicos que sentían la necesidad de ir para conocer al Niño que había venido de parte de Dios son ellos. Tienen un destino por cumplir. Van a representar al mundo gentil en el gran drama de Dios que está desenvolviéndose en el mundo, y ellos están preparados para cumplir su papel.
Hacen el arduo viaje a Israel, el mismo viaje que habían hecho los exiliados cientos de años antes cuando volvieron de la cautividad babilónica, y llegan al palacio de Herodes, quien ostenta el título: “Rey de los Judíos”. Allí aprenden de los escribas y sacerdotes que el Niño tenía que nacer en Belén, que es el Señor, Dios eterno, el Mesías prometido hace cientos de años, el Guía y Pastor de Israel (Miqueas 5:2-5). De la conversación que tuvieron con María y José cuando encontraron al Niño en la casa (Mat. 2:11) no nos explica lo que aprendieron, pero tendrían comunión juntos en la maravilla de lo que Dios estaba haciendo. Lo más normal sería que José y María relatasen todo lo que habían experimentado hasta ahora de parte de Dios: lo que el ángel de la anunciación contó a María (Lu. 1:32), el sueño que tuvo José del ministerio de Jesús (Mat. 1:21), la visita de los pastores (Lu. 2:16), y el encuentro en el templo con Simeón y Ana (Lu. 2:27, 38). De la reaparición de la estrella cuando salieron de Palacio de Herodes aprendieron que el Dios del Cielo estaba con ellos llevándolos al Niño, confirmando su sentido de misión, y del sueño que tuvieron de parte de Dios (Mat. 2:12) aprendieron que había un conflicto cósmico entre el Niño que Dios estaba ofreciendo a la humanidad como Rey y el gobierno de este mundo que lo quería destruir.
Con toda esta información acumulada la expedición partió para Oriente para divulgar lo que habían aprendido del Niño y los planes eternos de Dios. Hablarían del Niño a todos los de Persia que esperaban la redención, de la misma manera que lo había hecho Ana en Jerusalén (Lu. 2:38). Volvieron como misioneros, emisarios de Dios para difundir las noticias de Salvación a los que las estaban esperando, cuyos corazones Dios había preparado para recibir las buenas nuevas de Jesús. Dios ya había embarcado en su plan para la evangelización del mundo.
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