“Para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo” (Mateo 2:15).
Lectura: Mat. 2:13-15.
Dios siempre llama a sus hijos a salir de Egipto. Llamó a Israel a salir de Egipto, a Jesús a que saliese de Egipto, y a nosotros nos llama a hacer lo mismo. El patrón tiene que cumplirse en nuestras vidas. “Salir de Egipto” significa salir de la esclavitud del pecado que conduce a la muerte. Significa salir del mundo y de la mundanalidad, separarnos de su mentalidad y estilo de vida: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y yo os recibiré, y vosotros me seréis hijos e hijas” (2 Cor. 6:17).
Según el comentario de Scofield, la Biblia usa el término “mundo” en el sentido éticamente malo para representar el presente sistema que rige en el mundo. Se refiere al orden bajo el cual Satanás ha organizado el mundo de los incrédulos en base a sus principios cósmicos de violencia, fuerza, avaricia, egoísmo, ambición y placer. El sistema de este mundo funciona por medio de la fuerza, con ejércitos y armas de destrucción masiva, cosa que se ve claramente en tiempos de crisis. A menudo es religioso por fuera, científico, culto y elegante, pero se mueve por intereses y rivalidades nacionales y comerciales, y es dominado por principios satánicos.
Satanás es el príncipe de este mundo (Juan 12:31). Hacia el final de su ministerio Jesús dijo: “No hablaré ya mucho con vosotros; porque viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). El reino de Jesús no participa de la estructura, los medios, las metas, el sistema de autoridad, ni de la mentalidad de los reinos de este mundo. Jesús dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36), no refiriéndose a su ubicación, sino a su “modus operandi”. Antes de conocer al Señor andábamos “siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Ahora estamos en guerra contra este espíritu: “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). La instrucción bíblica es: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen del Padre, sino del mundo. El mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).
El cristiano es alguien que antes era del mundo, pero ha salido de él para formar parte del reino de Dios y vivir según sus valores. No ser mundano no es cuestión de normas impuestas desde fuera que controlan la conducta, sino de motor de la vida, de su motivación. El creyente ama a Dios con todo su corazón y siente un fuerte rechazo contra el mundo y todo lo que representa. Su deseo es hacer la voluntad de Dios y agradarlo a Él. Esto le consigue la enemistad del mundo, la crítica, el rechazo, y también la persecución. El mundo ama a los suyos, pero procura la destrucción de los que no lo son. Dios nos ha llamado del mundo, para ser un pueblo aparte que vive en santidad. Este es el deseo de todo hijo de Dios. La conversión es el salir de Egipto, del mundo, como hizo Moisés quien “escogió antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios” (Heb. 11: 27). Así es.
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