“Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion… entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán entre las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres. Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová… Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5, 6).
El salmista está orando por la restauración de Israel. En aquellos momentos los israelitas están en cautividad. Otras naciones han contemplado la derrota de Israel y su deportación al exilio. Saben que su Dios es Jehová y que Él no los ha librado de los babilonios. A lo mejor piensan que ha sido impotente para librarles. Pero ¡qué sorpresa la suya cuando vean que Jehová ponga fin a su cautividad y los devuelva a su país! Dirán: “¡Grandes cosas ha hecho Jehová por ellos!”.
Pensando en todo esto, el salmista se consuela con el principio de la semilla, porque es el Dios de la historia y también el Dios de la naturaleza. ¿Es seguro que Israel volverá a su país? Sí, tan seguro como la semilla plantada dará su fruto. La Palabra de Dios ha prometido la restauración de Israel. Es esta semilla escondida en la tierra que no da señales de vida hasta que un día, ¡brota! La Palabra de Dios es tan viva como la semilla. Tiene el principio de vida dentro de ella. Lo que promete tiene el poder para efectuar.
Cuando la semilla haya sido plantada en el corazón de nuestros seres queridos y regada con la oración, ellos llegarán a la fe, en el tiempo perfecto de Dios. En la naturaleza, cada cosa requiere su tiempo para desarrollarse. La semilla necesita su tiempo. Lleva dentro de sí misma su propio reloj. Una semilla puede tardar tres semanas en brotar, un bebé nueve meses en nacer. El resultado es seguro, por lo tanto, no perdamos la paciencia.
“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3: 6).
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