UNA ANTEPASADA DE JESÚS

 

“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham… Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David…” (Mat. 1:1, 4, 5, 6).
 
Lectura: Josué 2:1-21y 6:23.
 
            Cuatro mujeres salen en la genealogía de Jesucristo y la Biblia cuenta la historia de cada una de ellas. Cada una es especial. Rahab es una mujer que se ha ganado nuestra admiración por su extraordinaria fe, su celo evangelizador, su amor y lealtad a su familia, su ingeniosidad, y su total identificación con el pueblo de Dios. No es de sorprender que Dios la escogiese para ser una de las antepasadas de Jesús y ejemplo de un gentil incorporado en el árbol genealógico de Israel por la fe.
 
            Cuando primero la encontramos está escondiendo espías israelíes entre manojos de lino en su terrado para protegerlos de la policía militar de su propia tierra. Ya ha tomado la parte de Israel en la guerra que cree que seguramente sucederá entre ellos y los de su pueblo, aunque le cueste la vida. Ha echado su suerte con Israel. Cuando los guardias vinieron de parte del rey de Jericó para capturar a los espías, ella supo despistarlos y salvar la vida de los espías. Es una mujer de recursos, iniciativa y acción. ¡Muy espabilada! A continuación, la vemos confesando se fe en Dios a los espías y dándoles la información que necesitan: “Sé que Jehová os ha dado esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo… y lo que habéis hecho a los dos reyes de los amorreos… Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra” (Josué 2:9-11). Asombroso concepto de Dios. ¡Cree en Él! Y le teme.
 
Además, cree en la misericordia de Dios y la honestidad de los espías. Hace un pacto con ellos y cree que lo honrarán: “Os ruego pues, ahora, que me juréis por Jehová, que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis vosotros con la casa de mi padre” (v. 12). Ama a su familia, viene el juicio de Dios sobre Jericó, y quiere que se salven. Tendría que haber tenido un don evangelístico impresionante, porque pudo convencer a todos los miembros de su familia a que acudiesen a su casa cuando viesen venir el ejército de Israel, porque en ella estarían a salvo. ¡Cómo habría insistido con cada uno y con qué pasión les habría hablado! ¡Esta mujer impresiona!
 
¡Qué tremendo habría sido para la familia de Rahab, todos apretujados en su casa, mirando por la ventana que daba al campo, ver venir el ejército de Israel! Verlos cada día marchando alrededor de su ciudad, y luego la última vía, siete vueltas “y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: ¡Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad!” ¡Espeluznante! ¿Y qué habrían sentido cuando vieron caer las murallas de la cuidad y darse cuenta de que solamente había quedado en pie la parte de la muralla donde estaba la casa de Rahab? La abrumadora misericordia del Dios de Israel. El milagro de la salvación. La familia de Rahab había creído en Dios por el testimonio de ella; ahora era por experiencia propia.
 
E Israel no solamente les salvó la vida, sino que los incorporó en su seno con total aceptación, como si hubiesen nacido entre ellos. Rahab se casó con un soldado israelí y llegó a ser la tátara abuela del rey David y parte del linaje del Mesías. ¡De mucha honra! Una antepasada de la cual Él podía estar muy orgulloso.

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