“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal. 4:4, 5).
Lectura: Ez. 37:24-28.
El Señor Jesús nació exactamente en el tiempo que Dios había establecido para su nacimiento, a la hora de Dios. ¡Cuántos siglos había esperado su venida el pueblo de Dios! ¡Desde Adán y Eva! Dios dijo a la serpiente, nada más entrar el pecado en el mundo: “Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la semiente suya: ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gen. 3:15). Dios repetía la promesa por medio de sus profetas a lo largo de la historia, desde Moisés hasta Malaquías: Moisés dijo: “Jehová me dijo: “Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú, y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Mas a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le pediré cuenta” (Deut. 18:17-19). Además de prometer un Profeta como Moisés, prometió un Pastor, Príncipe y Rey como David: “Yo salvaré a mis ovejas… y levantaré sobre ellas a un pastor, y él las apacentará; a mi siervo David, él las apacentará, y él les será por pastor, y Yo Jehová les seré por Dios, y mi siervo David príncipe en medio de ellos. Yo Jehová he hablado” (Ez. 34:22-24). “Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán un solo pastor; y andarán en mis preceptos, y mis estatutos guardarán, y los pondrán por obra… Mi siervo David será príncipe de ellos para siempre” (Ez. 37:24, 25). El Mesías prometido será un líder y profeta como Moisés, y un pastor y rey como David. Apacentará el pueblo de Dios, reinará sobre él y hará que anden en la ley de Dios y en santidad de vida para siempre.
Los fieles en Israel esperaban el cumplimiento de la promesa, siglo tras siglo. Siempre había un remanente que aguardaba la promesa. Pasaron 400 años de silencio, sin ninguna voz profética, hasta que nació Juan el Bautista y presentó al Salvador: “Este es aquel de quien yo dije” (Juan 1:30). Y los que estaban preparados respondieron y le recibieron con los brazos abiertos: “He aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios” (Lu. 2:25-28). Lo recibieron con gozo: “Felipe halló a Nataniel, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: A Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:45). Y lo mismo sigue sucediendo hoy, los preparados de corazón le reciben y hallan en él su Pastor, Rey y Salvador: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1: 11, 12).
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