LAS CIRCUNSTANCIAS DEL NACIMIENTO DE JESÚS (2)

 

“Josías engendró a Jeconías, y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel…  y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1:11, 12, 16).
 
Lectura: Mateo 1:1-17.
 
La cuestión que estamos contestando es: ¿por qué nació Jesús como nació? ¿Por qué no podría el Mesías haber sido sencillamente el siguiente rey de Israel? ¿Por qué no podría haber sido engendrado como un hombre cualquiera?  ¿Por qué debía tener un nacimiento milagroso y luego desaparecer durante treinta años? Este último factor fue imprescindible. Después de huir a Egipto, no volvió a vivir en Belén, porque Belén está muy cerca de Jerusalén y las autoridades lo habrían descubierto y matado. José llevó al niño a vivir en Galilea por motivos de seguridad (Mateo 2:22). Allí pudo crecer sin ser detectado. Cuando llegó el momento para empezar su ministerio público, Juan el Bautista ya había sido puesto por Dios para preparar al pueblo para su aparición en público. Nadie se acordaba de las circunstancias de su nacimiento en Belén (Juan 7:52). Si hubiese vuelto a Belén, las madres de los niños de su edad, quienes perdieron a sus hijos en la matanza de los inocentes, lo habrían denunciado por celos, porque el hijo de María había sobrevivido y el suyo no. Así que el plan de Dios fue esconderlo y que apareciese treinta años más tarde procedente de galilea, un desconocido.
 
            Otra pregunta: Si la genealogía que tenemos en Mateo es la de José, ¿cómo podría ser Jesús heredero del trono sin ser hijo físico de José? Porque según le ley, y Jesús nació bajo la ley (Gal. 4:4), un hijo adoptado tenía todos los derechos legales de un hijo natural. Es más, María también fue descendiente de David. Tenemos su genealogía en Lucas 3:23ss. De parte de ambos padres Jesús fue heredero del trono y en la línea mesiánica. 
 
            Si Jesús hubiese nacido de un descendiente de David ya reinante, en condiciones normales, no habría sido el Hijo de Dios, no habría sido sin pecado, y su muerte no nos habría salvado. Para salvarnos de nuestros pecados, tuvo que ser el Cordero de Dios sin mancha. Si no, su muerte solo habría expiado su propio pecado. Tampoco podría haber sido un político normal que apareciese de la nada para derrocar a los romanos y establecerse como rey de Israel, o alguien como Alejandro Magno que conquistase el mundo entero para establecer Jerusalén como la capital de un imperio mundial, porque así solo habría durado una generación. Habría muerto dejando la injusticia, opresión política y violencia como siempre, hasta el día de hoy. Su reino habría sido temporal e ineficaz para tocar el verdadero problema del hombre, que no es político, sino espiritual. Aunque el hombre tuviese un gobierno justo, continuaría siendo injusto, y la ganancia solo sería superficial. Necesita un cambio de corazón. Por eso el ángel le dijo a José: “Salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21), porque la salvación de la corrupción política no basta. El hombre necesita salvación de sí mismo.
 
Por todos estos motivos Jesús tuvo que ser Salvador, además de rey; Dios, además de hombre; un hombre común, además del pretendiente del trono; y un desconocido, además de ser el Centro del Universo. ¡Alabado sea Dios por su brillante plan de salvación! No podría haber sido de otra manera.

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