LA BIENAVENTURANZA DE MARÍA

 

“Mientras él decía estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste” (Lu. 11:27).
 
Lectura: Lucas 11:20-27.
 
      “¡Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste!”. Esta exclamación de parte de una mujer de la multitud vino muy bien para que entendiésemos la actitud de Jesús frente a su madre. Su intervención vino en medio de una enseñanza de suma importancia que Jesús estaba dando: “Si por el dedo de Dios echo yo fuera demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros” (11:20). ¡Este es el reino que los judíos habían estado esperando durante siglos, y Jesús anuncia que ha llegado! Habríamos esperado una respuesta entusiasta de parte de la multitud, una gran ¡Aleluya!, o, por lo menos, preguntas al respecto, pero lo que oímos es a una mujer bendiciendo a su madre, diciendo que es bienaventurada al tener un hijo como Él. Para las madres que admiraban a Jesús y querían un hijo como Él, María habría sido la envidia de todas ellas. Pero en este contexto la exclamación de la mujer centró la atención en María, no en Jesús, donde nunca debe estar centrado. 
 
      Esta mujer se habría quedado impresionada por el porte de Jesús, su manera de hablar, sus milagros, su popularidad, su persona, y se fijó en su madre, pero no se fijó en la importancia de lo que acababa de decir. Se distrajo pensando en qué afortunada fue su madre. Jesús no niega la bienaventuranza de María al ser elegida para ser su madre, pero esto no fue por mérito suyo, ni por nada intrínseco en ella. Ella lo deja muy claro al exclamar: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. Porque me ha hecho grandes cosas el poderoso; Santo es su nombre” (Lu. 1:46-49). Toda la gloria es para Dios, no para ella. Su elección para ser la madre del Mesías fue determinada por la eterna soberanía de Dios, no por mérito suyo. Su mérito consiste en lo que dice Jesús a continuación: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (11:28). Esto hizo ella. La recibió y la obedeció. Cuando Dios le dijo: “Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús”, ella respondió: “He aquí la sierva del Señor: hágase conmigo conforme a tu palabra”.
 
      Algunos la llaman “la Madre de Dios”, como si ella tuviese una calidad divina y eterna, pero las Escrituras no la presentan así. Ella fue responsable de la humanidad de Jesús, no de su origen divino. Jesús existía eternamente como el Hijo de Dios. Procede eternamente del Padre, no de María. El Hijo es eternamente engendrado por el Padre (Heb. 5:5), igualmente Dios juntamente con el Padre y el Espíritu. El Espíritu sembró la semilla en el vientre de María y concibió tal como el ángel le explicó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lu. 1: 35). Jesús dijo al Padre“Me preparaste cuerpo” (Heb. 10:5).
 
      Lo que está claro de nuestro pasaje es que Jesús la alaba, no por ser su madre, sino por oír la Palabra de Dios y guardarla. En esta categoría entran todos los creyentes que también lo hacen. Bienaventurados son todos “los que oyen la palabra de Dios, y la guardan”, María incluida. Amén.    

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