“Cuando hayas entrado en la tierra que Jehová tu Dios te da por herencia, y tomes posesión de ella y la habites, entonces tomarás de las primicias de todos los frutos que sacares de la tierra que Jehová tu Dios te da, y las pondrás en una canasta, e irás al lugar que Jehová tu Dios escogiere para habitar allí su nombre. Y te presentarás al sacerdote que hubiere en aquellos días, y le dirás: Declaro hoy a Jehová tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría” (Deuteronomio 26:1-3).
Lectura: Deut. 26:3-9.
Dios está dando estas instrucciones a Moisés para el pueblo cuando los hijos de Israel todavía estaban en el desierto. ¡Imagínate el impacto de sus palabras! No está diciendo que finalmente entrarán en la tierra prometida, sino: “Cuando hayas entrado”. Dios da por sentado que su Palabra se va a cumplir. Cuando hayan entrado tienen que decir: Dios me prometió esta tierra ¡y aquí estoy! Me ha dado lo que me prometió. Y tengo en mi mano el fruto de esta tierra para probarlo. Cuando Dios cumpla sus promesas hace falta una ceremonia para hacerlo constar y celebrarlo: “Y el sacerdote tomará la canasta de tu mano, y la pondrá delante del altar de Jehová tu Dios” (26:4). Será tu ofrenda de gratitud al Señor por su fidelidad.
Luego tienes que dar un discurso en la presencia de Dios reconociendo que fue Él que te trajo allí. Dirás: “Un arameo a punto de perecer fue mi padre, el cual descendió a Egipto y habitó allí con pocos hombres, y allí creció y llegó a ser una nación grande, fuerte y numerosa” (26:5). Luego dirás que los egipcios nos maltrataron y clamamos a Dios y Él nos sacó con mano fuerte y con grandes milagros, y nos ha traído a esta tierra que fluye de leche y miel, tal como nos prometió que haría, y “he traído las primicias de la tierra que me diste, oh Jehová”. Y adorarás y te alegrarás delante del Señor vuestro Dios.
Pues, un día tú y yo daremos un discurso parecido cuando lleguemos a la Tierra Prometida de la cual aquella tierra solo fue una pálida anticipo. Estaremos con nuestros pies puestos en el Reino de Dios y su amado Hijo con la fruta de la tierra en nuestros manos y diremos: Dios me ha hecho llegar aquí tal como me prometió cuando me encontró en el mundo en un estado lamentable, a punto de fallecer. Me salvó “con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto y con señales y con milagros”. Me levantó del suelo y me puse en marcha hacia la tierra que me prometió. Fui peregrino y extranjero en un mundo hostil que me oprimía cruelmente, pero Dios me sostuvo con su Espíritu y con su Palabra, y en medio de la prueba crecía y llegué a ser fuerte en Él. Por su gracia he atravesado desiertos y he subido montañas. El enemigo fue a por mí con todas sus artimañas para destruirme, pero Dios me mostró la salida de todas sus tentaciones. Solo sirvieron para fortalecer mi fe. Y aquí estoy en este día para alabar a Dios y alegrarme en Él, porque ¡por fin he llegado! Alabo y bendigo su nombre, pues, “No ha fallado palabra de todas las buenas promesas que Jehová ha hecho; todo se cumplió” (Josué 21:45).
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