“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor: hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lu. 1:38).
Lectura: Lucas 1:26-38.
María tuvo un cometido muy difícil, porque no sabía todas las cosas. Lo que ella sabía era que iba a ser la madre del Mesías, y que Él “sería llamado Hijo del Altísimo: y el Señor Dios le daría el trono de David su padre… y que su reino no tendría fin” (Lu. 1:32). Pero no sabía que iba a ser crucificado y que volvería una segunda vez en gloria para reinar. Así que iba aprendiendo a tropezones, como todos nosotros. En el Magníficat María canta las glorias de Dios su Salvador (Lu. 1:47) por tan alto honor que Dios le ha concedido. En la narración bíblica, pasan doce años sin que la veamos hasta que reaparece en Jerusalén en la ocasión cuando perdió a Jesús en el templo. Cuando ella lo reprendió, las palabras de Jesús a sus padres fueron una suave reprensión, estableciendo quién era su verdadero Padre y cuál era su prioridad en la vida: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lu. 2:49). Jesús iba marcando distancias y empezando a establecer su independencia. Pero todavía era joven, y se sujetó a ellos.
Los dos están presentes en las bodas de Caná juntamente con los hermanos de Jesús. Esta vez, cuando María intenta organizarle la vida, Jesús claramente establece la separación: “¿Qué tienes conmigo, mujer? (No te metas.) Aún no ha venido mi hora” (para entregarme a la voluntad de los hombres) (Juan 2:4). Ahora no está bajo su autoridad, ni de la de ningún ser humano, sino exclusivamente bajo la de su Padre. Iba cortando.
En otra ocasión cuando Jesús estaba predicando y la gente pensaba que estaba loco o endemoniado (Marcos 3:21, 22), vinieron la madre de Jesús y sus hermanos a buscarlo. ¿Para protegerlo? ¿Para llevarlo a casa? No se sabe. Pero Jesús ni siquiera los atendió. Establece bien claro que María no era más madre suya que lo que es cualquier mujer mayor que hace la voluntad de Dios, que los lazos humanos no están por encima de los espirituales. “Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Marcos 3:31-35). Para Jesús, María no es más que otra mujer que obedece a Dios; ¡a todas nos pone en un lugar tan alto como ella!
La próxima vez que vemos a María es al pie de la cruz cuando Jesús le dice a Juan que María ya no es su madre, sino la suya, de Juan: “Cuando Jesús vio a su madre… dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre” (Juan 19:26, 27). Pasa la autoridad de su cuidado a Juan. Está cortando los lazos familiares ya para siempre. En el cielo, ella no iba a ser su madre, sino otra hija de Dios redimida por Su sangre (Gal. 4:4-6). La amaría con el amor eterno de Dios, como quien era, muy favorecida, una mujer muy amada de su rebaño. María no sería la madre de Dios en el cielo, sino la preciosa sierva del Señor que le había servido desde su juventud.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.