EL ALIENTO DEL SEÑOR

 

“Una voz dice: “Proclama”. ¿Y qué voy a proclamar, respondo yo? Que todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Isaías 40:6-8, NVI).
 
Lectura: Is. 40:7.
 
El texto que tenemos por delante habla de la brevedad de la vida humana y la eternidad de la Palabra de Dios. Vamos a meditar en el aliento de Dios que está detrás de esta realidad. 
 
“La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas”. La Biblia dice que la hierba se seca porque el aliento de Dios ha soplado sobre ella, sin embargo, en la clase de biología nos dijeron que la hierba se seca porque ha acabado su ciclo de vida, porque así funciona la naturaleza que está programada a tener caducidad. Las flores son frágiles. En algunas plantas solo duran unos días. Las que son más longevas puedan durar un mes. Las dos cosas son ciertas: el ciclo de vida de la planta, y el soplo de Dios. Dios programó las cosas, pero también está presente en el control del ciclo de la naturaleza. Dios está en la vida y en la muerte de las plantas y los seres humanos. Si uno de nosotros se muere es porque el aliento de Dios ha soplado sobre nosotros. Esto es hermoso. No solo morimos porque nuestro corazón ha parado, o porque nuestros pulmones han dejado de funcionar, sino porque el aliento de Dios ha soplado sobre nosotros. El aliento de Dios es muy suave. Dios no pisotea, ni aplasta; solo da un pequeño soplo y la flor se muere. Y lo mismo es cierto con nosotros. Estamos en nuestro lecho de muerte y el aliento de Dios sopla amorosamente sobre nosotros y nos lleva a casa para estar con Él. Las leyes de la naturaleza son las leyes de Dios. Dios actúa en, y por encima, de ellas. Todo en la naturaleza está gobernado por Dios, hasta la caída de una flor.
 
            La palabra “inspiración” está relacionada con la palabra “aliento”. La Palabra de Dios está inspirada, es decir, soplada por el aliento de vida de Dios. Dios sopló sobre la persona que escribió la Biblia y también sobre la letra escrita. El Espíritu tiene que soplar sobre las Escrituras cada vez que las leemos para que cobren vida para nosotros, para que no sean letra muerta. La palabra “aliento” es la misma palabra que “espíritu”. El Espíritu es el aliento de Dios. Vino sobre los apóstoles como un fuerte viento en el día de Pentecostés. Jesús había soplado sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El aliento de Dios no sopló sobre las Escrituras para marchitarlas, sino para hacerlas eternas. La vela necesita cierta cantidad de oxígeno para dar luz, pero si soplas muy fuerte, se apaga. Somos luces, y lo que nos mantiene dando luz es el aliento de Dios. El aliento de Dios sopla suavemente sobre nosotros y damos luz para Él; nos inspira para decir lo que decimos y hacer lo que hacemos. Inspira nuestros pensamientos, nos da energía, y vitalidad. El Espíritu sopla sobre nosotros y nos da vida. El aliento de Dios da vida y, cuando sopla muy fuerte, quita vida. Para el creyente la muerte es como si el soplo fuese con tanta fuerza que no puede contener la abundancia de vida que da, y nos apagamos como una vela, y así es como Dios se nos lleva a su Casa para siempre.
 
Padre, te pedimos que el suave soplo de tu Espíritu nos inspire, motive y fortalezca en el día de hoy, por amor a tu Nombre. Amen.     

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