FE, OBEDIENCIA Y SANIDAD

 

“Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús!, Maestro, ten misericordia de nosotros” (Lucas 17:11-13).
             
Lectura: Lucas 17:11-19.
 
            Estos pobres tuvieron una enfermedad incurable, pero pidieron a Jesús que los sanase, porque creían que lo podía hacer. Esto es tener mucha fe, creer que el Señor te puede sanar cuando tienes una enfermedad terminal. Jesús les mandó ir y mostrarse a los sacerdotes. Esto es lo que está prescrito en la ley de Moisés que la persona tiene que hacer cuando se cree sanada de la lepra. El sacerdote tiene que confirmarlo para que la persona pueda ser reinsertada en la sociedad, como garantía de que no va a contaminar a nadie. O sea, estos leprosos tenían que hacer por fe lo que Dios pide que haga una persona cuando cree que está sanada, ¡aunque todavía estaban con la lepra cuando emprendieron el camino! Obedecieron, “y mientras iban, fueron limpiados” (17:14). En el camino de la obediencia está la sanidad.
 
            ¿Fueron sanados por su fe, o por su obediencia? La fe se evidencia por la obediencia. Las dos cosas son inseparables. La tónica general del creyente es la obediencia. El Señor Jesús dijo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
 
            “Uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dando gracias” (17:15, 16). Jesús le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (17:19). Su fe le salvó. ¿Su fe en qué? ¿En Jesús como su Salvador? No sabía que Jesús había venido para salvarlo de sus pecados. Jesús aún no había muerto en la cruz para nuestra salvación. Tampoco sabía este hombre que lo iba a hacer. Entonces, ¿su fe en qué?  En Jesús, punto. Obedeció lo que sí sabía. Creía que Jesús pudo sanarlo de su lepra, y que no iba a presentarse delante del sacerdote lleno de lepra, haciendo lo ridículo y contaminando al sacerdote. Creyó, obedeció y fue sanado. ¿Fueron salvos los otros nueve? Sanados, sí. Salvados, no se sabe. No hay nada en el texto que lo indique. 
 
            Notemos otra vez lo qué hizo uno de ellos al verse sanado: “Viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias” (17:15, 16). Este hombre se salvó por su fe viva que condujo a su obediencia, pues, las dos cosas son inseparables. Después glorificó a Dios, adoró a Jesús, y le dio las gracias. ¡Qué buen modelo para nosotros! Para nosotros que somos salvos, nuestra vida ha de ser caracterizada por glorificar a Dios ¡a gran voz!, por postrarnos delante de Jesús, y por una entusiasta gratitud al Señor.       

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