“Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… para que… seáis capaces de… conocer el amor de Cristo” (Ef. 3:14-19).
Lectura: Ef. 3:14-21.
Lo que venimos diciendo es que nuestro pecado conduce a la incapacidad para amar y ser amados. Si Adán y Eva se hubiesen sentido amados, nunca habrían traicionado a Dios. Para que nuestro corazón funcione, tiene que ser activado por la gracia de Dios, y esta gracia nos llega por medio del amor de Dios manifestado en la cruz al dar a su Hijo como propiciación por nuestros pecados, terminología que significa: quitar nuestro pecado por su sacrificio para que pudiésemos tener paz con Dios. Esto lo hizo ¡porque Dios quería relacionarse con nosotros!
Pablo nos explica cómo nos llega el amor de Dios en estas palabras: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). Hace falta vivir la experiencia de “ser crucificado juntamente con Cristo”. Esto lo hacemos cuando vamos a la cruz por fe, y subimos a ella, y nos colocamos encima de Jesús, con los mismos clavos que traspasan sus manos traspasando los nuestros, clavándonos a la cruz juntamente con Cristo. Isaías nos explica cómo morimos con Cristo cuando dice: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:4, 5). Al crucificarnos con Él, nuestras manos están donde las suyas, nuestras heridas coinciden con las suyas. Tocan, y la pus e infección de nuestra herida fluyen a la suya. Claro que es asqueroso. Repugnante. Esto es lo que Él asumió por amor a nosotros. Y cuando toda la corrupción de nuestra herida, por el mal que nos han hecho, y el mal que hicimos, haya fluido a sus heridas, somos sanados. Él lleva en su cuerpo esta porquería a la muerte y quedamos libres de maldad. Y se acabó: “consumado es”.
¿Lo ves? ¿Lo has vivido? En esto consiste nuestro pecado: somos incapaces de amar. No amamos a Dios, ni a nadie. Nuestros corazones están rotos; se han calcificado. Son de piedra. No funcionan, ni para amar, ni para recibir amor. Aquí en la cruz hay sanidad, al ser crucificado con Cristo, encima de Él, clavado con Él en la cruz, sintiendo su amor cuando le damos nuestra enfermedad y Él la toma. Hay sanidad en el dolor compartido con Jesús. En los brazos extendidos de Jesús en la cruz, hay dolor y amor compartiendo su abrazo, siendo crucificados juntamente con Él. Esto es amor. Y este amor sana el corazón quebrantado. Nos llenamos del amor recibido de Jesús en la cruz, y con este amor, un amor inmerecido que se da sin pedir nada a cambio, podemos amar, porque nos hemos sentido totalmente amados por primera vez en la vida, amados por pura gracia, por “el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20). Esta gracia es sanadora.
La canción góspel pregunta: “¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?”, no mirando de lejos, sino clavado en la cruz también, ¿siendo crucificado juntamente con Él?
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.