EL AMOR DE DIOS (1)

 

“… para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer al amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Efesios 17-19).
 
Lectura: Is. 53:3-5.
 
            ¿Cómo nos llega el amor de Dios? ¿Por qué debo sentirme amado por Dios? ¿Adán y Eva se sintieron amados por Dios en un mundo perfecto, con abundancia de todo lo que una persona podía necesitar o desear, cuerpos sanos, hermosos y perfectos, y una relación física y emocional perfecta entre ellos? Por la manera en que reaccionaron frente a la tentación, se ve que no, porque lo traicionaron. Por la vía material no nos llega el amor de Dios. Si ellos no se sentían amados por Dios en un mundo perfecto, ¿cómo puedo yo sentirme amado en un mundo no perfecto? Porque a diferencia de ellos, yo tengo a Jesús. El amor me llega por el Calvario: “Porque el Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí, porque mayor amor no tiene nadie que este, que ponga a su vida por su amigo, y él nos ha llamado amigos”. Nos lo mostró sintiendo y aliviando nuestro dolor: “porque en toda tu aflicción él fue afligido”. Viendo las multitudes sintió compasión por cada uno individualmente. Comprende y siente nuestro dolor, porque lo llevó en su cuerpo en la cruz. Tu pecado, tu angustia, tu confusión, y tu desconsuelo entraron en Él en el madero; pasó de tu cuerpo al suyo. Tus enfermedades, tu cáncer, tu lepra, tu malignidad salieron de ti y entraron en Él. La infección de tu pecado lo contaminó; entró por sus llagas, “y por su llaga fuiste curado”.
 
            Esto es amor. Es identificación, es comprensión por haberlo experimentado Él mismo. Luego te buscó y te reveló el Evangelio. Ahora en Cristo Dios te ve sin pecado y justo. Nadie puede acusarte o condenarte debido a lo que hizo Jesús por ti. Dios te acepta en el Amado. No hay ninguna carga contra ti. Jesús sufrió las consecuencias de tu pecado en tu lugar. Soportó la ira de Dios por ti. Por esa vía llega el amor de Dios, experimentas, sientes y vives este amor.
 
Hay lectores de estos devocionales que tienen el corazón tan destrozado que no pueden sentir amor de parte de nadie, ni de sus padres, ni de Dios, ni del esposo o de la esposa, ni tampoco de Jesús. La cruz es el lugar de sanidad. Vuelve a vivir tu muerte con Cristo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2:20). El Sanador es el Espíritu Santo. Al llevar tu dolor y pecado a Jesús, crucificándote con Él, arrimando tus llagas a las suyas, dejando que tu pecado fluya de ti a Él, te llega el alivio de tu dolor. Es así que Él sana el corazón roto, llevándolo Él. Su amor llega con el alivio del perdón y la sanidad y así puedes amar y recibir amor. El amor de Jesús fluye con la sangre de sus heridas abiertas a las tuyas de tal forma que puedas llorar en los brazos de Jesús por todo lo que tú has sufrido y por todo lo que Él ha sufrido, cada uno llorando por el dolor del otro, amándolo.  

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