“Por qué me haces ver iniquidad… Destrucción y violencia están delante de mí y pleito y contienda se levantan. Por lo cual la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad; por cuanto el impío asedia al justo, por eso sale torcida la justicia” (Habacuc 1:3, 4).
Lectura: Hab. 1:1-4.
¿Qué pasa con la oración de Habacuc? El profeta oró pidiendo que Dios interviniese en Israel para crear una sociedad justa. Lo que pasó de inmediato es que Dios trajo al ejército de Babilonia para castigar a su pueblo. Muchos murieron en la terrible guerra que sucedió, pero sobrevivió un pequeño remanente que fue llevado cautivo a Babilonia, donde Dios lo purificó bajo el ministerio de otros profetas. Pasaron 70 años y los descendientes de este remanente volvieron a Israel bajo el ministerio de otros profetas para reedificar y empezar de nuevo. Todo el sufrimiento que pasaron los judíos fue necesario para purificar al pueblo y conservarlo vivo. Los descendientes de este remanente eran el Israel que existía en tiempos de Jesús.
Vino Jesús e hizo la purificación necesaria para preparar a un pueblo santo para Dios[1]. Pero la mayoría lo rechazó. Entonces Dios llevó el evangelio a los gentiles y los incorporó al pueblo de Dios. Y esta es la fase de la contestación de la oración de Habacuc que estamos viviendo hoy. Pero su oración todavía no ha sido contestada del todo. No hay una sociedad justa bajo el gobierno de Dios en este mundo y no la habrá hasta que el Señor Jesús vuelva. El apóstol Pedro nos lo explica: “El día del Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemados. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurando la venida del día de Dios!… Nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:10-13). Cuando el reino de Dios se manifieste en su plenitud tendremos la sociedad justa que deseaba ver el profeta Habacuc. Esta sociedad purificada por la sangre de Jesús y santificada por la obra del Espíritu Santo bajo el reino del Rey Jesús será la respuesta final a la oración de Habacuc.
¡Cuántas cosas tenían que pasar para contestar a su oración! Está claro que Dios no se lo pudo explicar en aquel momento. No lo habría entendido. Por esto tuvo que vivir por fe: “el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). En esta fase de la historia estamos nosotros. Estamos viviendo por fe en las promesas de Dios, esperando los cielos nuevos y la tierra nueva en los cuales morará la justicia. Estamos esperando la venida del Señor Jesús[2] que traerá este reino a la tierra con su venida. Y mientras tanto estamos viviendo en santidad, apresurando su venida, llevando el evangelio a los confines de la tierra para incrementar la población de su reino con gente de toda nación, tribu, pueblo y lengua.
Nuestra esperanza es brillante y muy grande. Esperamos una sociedad justa bajo el gobierno del Señor Jesús, el Rey de gloria. Allí conoceremos al profeta Habacuc y veremos su felicidad al ver su oración contestada con creces con una sociedad de justicia eterna.
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