LA JUSTICIA EN NUESTRA SOCIEDAD

 

“La ley se ha estancado y no hay justicia en los tribunales. Los perversos suman más que los justos, de manera que la justicia se ha corrompido” (Habacuc 1:4, NTV).
 
Lectura: Hab. 1:1-4; 2 Pedro 3:13.
 
            Parece que este libro de Habacuc hubiese sido escrito ayer. Estamos viviendo un tiempo de igual injusticia en los tribunales, porque toda la sociedad se ha vuelto perversa. La perversión llega a ser la norma y la justicia está penalizada. Una familia que conocemos sirve como botón de muestra. Por casualidad (dirigida por Dios) la esposa descubrió que su marido estaba apuntado a varias páginas web de pornografía, que visitaba prostitutas de forma semanal, que era dueño de una casa de citas, que además tenía muchas amantes aparte de estas, que faltaba al trabajo, que estafaba dinero de la empresa, que usaba dinero de la empresa para sobornar a mujeres, que falsificaba documentos legales, que era el presidente de una lotería que planeaba de antemano quién iba a ganar; que llevaba años llevando esta doble vida, calumniaba a gente inocente, y que había mentido acerca de su vida pasada. De hecho, dominaba el arte de mentir tanto que siempre convencía a sus oyentes. Después de muchos años de matrimonio esta mujer ha descubierto con quién se ha casado. Pues, cuando ella lo descubrió, lo dejó en el acto. Después seguirían abogados, pleitos y juicios. Ahora viene lo que se considera justicia en nuestra sociedad. En el juicio que determina la custodia de los niños el juez ha declarado que, aunque este hombre tenga otras muchas mujeres, esto no lo incapacita para ser buen padre. No figura ninguna de sus ofensas o las cargas contra él a la hora de determinar cuánto tiempo le toca a cada uno de esta pareja tener a los niños bajo su custodia. El juez piensa que lo más justo es 50/50. Y, es más, como la mujer gana mucho más dinero que su exmarido, ella tiene que mantenerlo económicamente (para que él pueda seguir con este estilo de vida). O sea, ¡ella es la que pagará el sueldo a todas sus mujeres! Cuando ella llamó a la responsable de un lugar donde él trabaja para advertirles cómo es él, resulta que ¡esta mujer también se entendía con él!
 
            Así que la exesposa tiene que dejar a sus niños pequeños la mitad del tiempo con este hombre para que él los forme, y tiene que darle la mitad del dinero que ella ha ganado trabajando duro para que él viva sin necesidad de trabajar. Y esta es la justicia de la sociedad en que vivimos, porque los que la determinan aprueban esta manera de vivir, ¡y muchos de ellos la practican! ¿No es esto justo lo que está diciendo el profeta?: “Veo ante mis ojos destrucción y violencia; surgen riñas y abundan las contiendas. Por lo tanto, se entorpece la ley y no se da curso a la justicia. El impío acosa al justo, y las sentencias que se dictan son injustas” (1:3, 4).
 
            Si este fuera el único caso de injusticia, sería indignante, pero todos observamos muchísimos casos. Si un padre es acusado de castigar físicamente a su hijo, no tiene posibilidad de ganar el juicio, aunque sea inocente. Si un hombre es acusado de abuso sexual, automáticamente pierde el juicio, aunque la acusación sea falsa. Pero, si un hombre golpea a otro, no pasa nada. Si una mujer le es infiel a su marido y tiene hijos, ella se queda con el piso y el hombre tiene que pagar la hipoteca mientras ella vive en el piso con otro hombre. Si un vecino lleva años haciéndole la vida imposible a otro vecino porque lo odia, si arranca sus plantas, si tira basura a su patio, si rompe los cristales de su coche, si corta el cable de la entrada de su electricidad, si vacía su depósito de agua, si rompe el cerrojo de su casa, si rompe sus tiestos, si lo va insultando con las peores palabras que uno pueda imaginar hasta llevarlo al camino de la desesperación durante años, hasta que la policía se aburre de acudir a su casa, no se puede hacer nada legalmente para proteger a la víctima, porque todas son “ofensas menores”. Como cristianos sabemos que se acerca el día del juicio en el que cada uno pagará por lo que ha hecho; finalmente habrá justicia, pero para el pobre que no conoce al Señor, no hay esperanza. Hemos de darles el evangelio. No hay esperanza fuera de Jesús.

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