“Ahora pues, oye… siervo mío” (Is. 44:1).
Lectura: Is. 44:1-8.
Oh Padre amado, abre los oídos de mi alma para que oiga tu fuerte y compasiva voz que me llega desde la eternidad donde moras tú hasta el presente donde estoy postrado en tu presencia en humilde adoración de tu Persona. Me dices: “No temas, _________ (pon aquí tu nombre) mi siervo, a quien yo he escogido, porque yo derramaré agua sobre la tierra sedienta y mi espíritu sobre tus descendientes y mi bendición sobre tus renuevos”. Me llamas tu siervo, y lo soy; no tengo más deseo en esta vida que servirte, en culto y en obras; me has escogido. Siempre he sido tuyo. Tu elección es antes de la fundación de este mundo. En tu corazón y mente siempre he tenido cabida y lugar. Me elegiste desde hace siempre y luego me formaste en el vientre de mi madre, en el tiempo, velando sobre toda la gestación, pues: “Mi embrión vieron tus ojos”. Me elegiste, me formaste y me ayudarás.
Dices que derramarás agua sobre la tierra sedienta, mi vida seca, tu pueblo muriendo de sed, mi familia y mi descendencia, para que produzcamos en abundancia, para ti. Padre, lo que más temía era que fuese un siervo inútil, que no llevase a cabo toda tu voluntad para mi vida, que terminase derrotado la carrera, pero tú prometes el agua de tu Santo Espíritu que me/nos hace fructífero, para que produzca el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Con él no seré estéril, sino un huerto bien regado con abundancia de fruto donde tú puedas descender y pasear conmigo en alegre comunión, como hacías con Adán y Eva antes de aquel fatídico día.
Primero me dices que me has redimido y luego que derramarás tu Espíritu sobre mí: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí” (Is. 43:1) y: “Ahora pues, oye, Jacob, siervo mío, y tú, Israel, a quien yo escogí. Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará; No temas… porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos; y brotarán entre hierba, como sauces junto a las riberas de las aguas” ( Is. 44:1-4). ¡Calvario y Pentecostés!: la obra completa, y no sólo para mí, sino también para mis descendientes, y ellos confesarán con sus bocas que son tuyos: “Este dirá: Yo soy de Jehová” (Is. 44:5).
Y, ahora, ¿qué puede decirte tu siervo? Me has prometido lo que más deseaba y lo sellas con: “No temas, ni te amedrentes; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije?” (Is. 44:8). No voy a temer, sino que viviré confiado. Esta promesa has cumplido para tu Jacob, enviaste a tu Hijo y lo redimiste, y a tu Espíritu y lo llenaste. No fue en vano. También me redimiste a mí y derramaste tu Espíritu sobre mí; por eso sé que lo harás para mis descendientes y para tu pueblo; no temeré. Amén.
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