“De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
Lectura: 2 Cor. 5:11-17.
Has trabajado con ilusión y ganas en un proyecto muy cerca de tu corazón. Has soñado con verlo completado. Poco a poco se iba haciendo y estabas muy contento del progreso; pero un buen día, de repente, ocurre una tragedia y todo se viene abajo. ¿Qué pasó? ¿Cómo puede ser? Toda tu obra yace en ruinas a tus pies. Si quieres verla realizada, tendrás que empezar de nuevo. Quieres tirar la toalla. No te quedan fuerzas. Quieres irte lejos y olvidar que un día tenías este proyecto. Pero el amor puede más que el desánimo y, finalmente, te remangas, te metes entre los escombros, y empiezas poco a poco a construir de nuevo. ¿Dónde encontramos un ejemplo en estos momentos que pueda darnos ánimo?
Pensamos, meditamos, oramos buscando un modelo bíblico, ¡y encontramos uno! ¡Dios mismo! Él es un Dios de reconstrucción. En el principio tuvo un proyecto muy hermoso en mente: el hombre. Creó un mundo perfecto para su habitación: plantas, animales, ríos, compañía idónea, todo en abundancia para su bienestar físico, con la idea de que en este ambiente perfecto desarrollase una relación armoniosa con Él. Todo iba muy bien hasta aquel día fatídico en que todo se vino abajo. La relación se estropeó, y el paraíso se perdió. Dios vio al hombre en ruinas a sus pies.
¿Y qué hizo Dios? ¿Tiró la toalla? No. Envió a un segundo Hombre y empezó de nuevo, haciendo una nueva creación en Él: “De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). La meta era la misma: la relación con Él. No despreció la primera creación, sino que trabajó para restaurarla en el segundo Adán. Cuando haya terminado, el segundo paraíso será más maravilloso que el primero, y la relación entre Él y el hombre más perfecto que antes de la Caída.
Cobremos ánimo de la paciencia de Dios, no sólo de su ejemplo, sino de su misma paciencia, que está a nuestra disposición por medio del Espíritu Santo: “El fruto el Espíritu es… paciencia” (Gal. 5: 22). Esta clase de paciencia es ajena al género humano; solo viene de arriba. Es la perseverancia a largo plazo en lugar del desánimo y el abandono del proyecto. Es la paciencia que usaron Zorobabel en la reconstrucción del templo, Esdras en la reconstrucción de la sociedad judía y Nehemías en la reconstrucción del muro de Jerusalén después de la cautividad, y es la que usa Dios en la reconstrucción de tu vida después de la Caída, y en la reconstrucción de todo hombre para al final presentarnos perfectos sin mancha o arruga delante de su presencia, perfectamente restaurados en Cristo.
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