NO TENGO PAN

 

“Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante…?” (Lucas 11:5, 6).
 
Lectura: Lucas 11:5-9.
 
            ¿Has estado en esta situación alguna vez? ¿Alguien ha venido a ti inesperadamente con un problema enorme, y no sabes qué decirle o cómo consolarlo? No ves ninguna solución posible. Estás abrumado. Te sientes impotente. Su situación te conmueve profundamente. Llega a ser tuya su necesidad. Es urgente. ¿Qué vas a hacer?
 
            Te tiras de rodillas delante de Dios y le dices: “Señor, un amigo me ha venido a medianoche y no tengo nada que darle. ¿Me puedes dejar tres panes? Padre, dame, para que tenga para darle a él, porque yo no tengo nada”.
 
            Mientras estás orando se te abren los ojos, y te das cuenta de que estás hablando con Alguien que vive en “la casa de pan”. Nació en Belén, y este es el significado del nombre de su pueblo. Además, es el Panadero del pueblo. Él es el “pan de vida que ha descendido del cielo”. Su pan fortalece tanto cuerpo como alma. Da vida en abundancia. Fortalece y sostiene.
 
            Todavía no sabes qué decirle al apenado, pero has dado con Aquel que se encargará de darle de comer a tu amigo necesitado; y tú te quedas tranquilo, porque el pan está en el horno y se entregará en el momento cuando más bien le va a hacer.
 
            Pasan las horas. Llega otro amigo a tu casa y coincide con el amigo necesitado. El recién llegado escucha la historia del amigo necesitado y el Espíritu viene sobre este otro amigo nuevo y abre su boca y habla palabras de fe y confianza en Dios. Pone el ejemplo de unos amigos suyos que atravesaron una situación parecida a la del amigo necesitado en la cual no había solución posible. Todo estaba más allá de toda posibilidad de restauración, pero Dios intervino e hizo lo que nadie pudo hacer. Solucionó lo que no tenía solución. Y glorificó a su Nombre en el proceso. Intervino la salvación de Dios.
 
            El amigo necesitado escucha esta historia y la admonición que la acompaña. Comprende el curso que tienen que tomar sus oraciones, la actitud que tiene que tomar, lo que tiene que pedir a Dios, y cómo tiene que pensar según la Palabra de Dios. Su alma desfallecida cobra ánimo. Recibe visión. Ve al Señor. Y recibe paz y esperanza. Y yo alabo a Dios, porque este amigo mío le ha dado el pan que necesitaba al otro que me vino en la oscuridad de la noche, y ésta ha sido la provisión de Dios para su alma. Dios contestó a mi oración.
 
            Luego el domingo pasó algo simbólico. El diácono repartiendo el pan de la mesa del Señor me dio dos trozos por equivocación y se saltó al hermano necesitado que estaba a mi lado. Yo sonreí: uno para mí y uno para él. Dios me dio a mí para darle a él.       

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