“Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).
Lectura: Lucas 11:2-4.
El Señor Jesús les enseñó a los discípulos que para estar preparados para orar hemos de reunir una serie de condiciones: Necesitamos tener una correcta valoración de Dios (“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”); nuestra motivación tiene que ser el bien de su reino, no el nuestro particular (“venga tu reino”); tenemos que desear hacer su voluntad (“hágase tu voluntad”); tenemos que estar limpios de pecado (“perdónanos nuestros pecados”); y libres de rencor hacia otros (“nosotros perdonamos a todos lo que nos deben”); y libres del engaño del enemigo (“mas líbranos del maligno”). Si reunimos estas condiciones, Dios nos escucha.
En palabras de otra hermana: “Para que Dios me escuche no puedo ir de cualquier manera ante Él. Debo entender bien el perdón de pecados. En el momento en que sientes el perdón de Dios, creo que estás capacitado para perdonar, porque ves tu condición y la cruz. Ya no has de estar pensando en lo que te hicieron a ti”.
Para perdonar no hay que hacer cursillos de ningún tipo, solo hay que recordar que lo que el otro nos hizo no es nada en comparación con lo que nosotros le hemos hecho a Dios, y, aun así, Él paga nuestra deuda. Además, si el cursillo sobre el perdón, o la conferencia sobre el perdón es buena, te va a llevar a la cruz y al arrepentimiento, y ahí no hay excusa, ni curso que valga. La clave es darte cuenta de cuánto has recibido de Dios. En este contexto, perdonar al otro no te cuesta. Pero eso solo puede hacértelo ver el Espíritu Santo. La cruz nos protege de hacer cosas malas. De caer en nuestra impulsividad y pecar. Si entendemos esto bien, Él Señor va a estar atento y escuchará nuestras oraciones.
Para llegar a esta conclusión se puede tardar mucho tiempo. Para ello hemos de orar: “Señor, enséñame mi corazón”. Lo podemos hacer con las palabras del salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad” (Salmo 139:23, 24). Normalmente tenemos mucha perversidad en nuestro corazón, y mucho engaño del enemigo en nuestra mente. Dios nos lo va revelando. Con el paso del tiempo, si seguimos en el camino de la santificación, estamos cada vez más preparados para orar, y nuestras oraciones están cada vez más eficaces. Es un aprendizaje. Empezamos el trayecto cuando oramos: “Señor, enséñame a orar”. Amén.
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