“Entonces el reino de los cielos será semejante al diez vírgenes que, tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo” (Mateo 25:1).
Lectura: Mateo 25:1-9.
Todos conocemos la historia: diez vírgenes están esperando al esposo en una boda oriental, sin saber exactamente a qué hora va a llegar. Tarda mucho en venir y todas se duermen. Finalmente llega la medianoche y las mujeres arreglan sus lámparas para salir a recibirlo, pero cinco de ellas se dan cuenta de que no tienen suficiente aceite. Piden prestado de las otras cinco diciendo: “Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan”, mas las prudentes se niegan diciendo que ellas no tienen suficiente para ellas mismas y también para las otras; que vayan a comprar. Se van a comprar, pero, mientras tanto, llega el novio, entran las prudentes en la sala de fiestas, y se cierra la puerta. Cuando las otras llegan el novio no les abre la puerta, diciendo estas palabras trágicas: “De cierto os digo, que no os conozco”, y se baja el telón del escenario. Nosotros, los espectadores, nos quedamos perplejos. Pensamos que las cinco con aceite son egoístas, porque no lo compartieron, y que Jesús es desalmado cuando dice que no conoce a las otras. Veamos.
El mensaje principal de esta parábola es que cada uno debemos estar preparados para la llegada del Señor. No podemos dar nuestra preparación a nadie. ¿Qué necesitamos para estar preparados? Necesitamos tener el Espíritu Santo, el aceite. Recibimos el Espíritu Santo cuando creímos de verdad; fuimos sellados con el Espíritu (Ef. 1:13, 14). Si uno no tiene el Espíritu Santo, Jesús no lo conoce (Rom. 8:9), porque lo conocemos por medio del Espíritu Santo. Jesús nos conoce porque tenemos el mismo Espíritu. “Conocer” significa mucho más que saber cómo se llama la persona y unos pocos datos acerca de su vida. Es una terminología bíblica que se usa para la intimidad, sobre todo, en el matrimonio. La Biblia dice que fulano conoció a su esposa y que tuvieron un hijo. Es el equivalente de oír a Jesús decir: nunca caminaste conmigo, nunca pasaste tiempo conmigo en oración, no tienes el mismo Espíritu que yo, ni la misma orientación, ni la misma mentalidad que tengo yo; no tenemos nada en común; tus caminos son desconocidos para mí.
Nadie va al cielo porque otra persona le dio la salvación, ni el Espíritu Santo, ni el amor por su venida, ni siquiera si esta persona es miembro de su familia. Nadie va al cielo porque ha asistido a una iglesia. Van a estar allí porque están íntimamente relacionados con Jesús, porque lo aman con todo su corazón, porque han tenido una vida de comunión con Él, y porque han recibido y vivido en su Espíritu. Y porque lo esperan.
Las cinco que tenían mucho aceite no compartían con las otras, porque no podían, porque la relación con Cristo no es transferible, ni lo es la preparación para su venida: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (25:13).
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