EL MÉTODO DE HABACUC

 

“Al Señor busqué en el día de mi angustia; alzaba a él mis manos de noche, sin descanso; mi alma rehusaba consuelo. Me acordaba de Dios, y me conmovía; me quejaba, y desmayaba mi espíritu” (Salmo 77:2, 3).
 
Lectura: Salmo 77:4-13.
 
            Este salmo es excelente para enseñarnos lo que tenemos que hacer cuando estamos mal, cuando se apodera de nosotros la angustia y no encontramos ni consuelo, ni descanso. Lo que hemos de hacer es clamar a Dios. Esto hacemos, pero lo que normalmente no hacemos es lo que hace el salmista a continuación, a saber: hacer memoria de las grandes obras de Dios del pasado. Esto es precisamente lo que hizo el profeta Habacuc cuando todo estaba negro, se acordó de las grandes obras de Dios en la historia de Israel (Hab. 3:3-15). Pues, Él sigue siendo el mismo Dios a pesar de lo mal que lo estoy pasando yo ahora. Veamos:
 
Asaf, el salmista, está mal. Dice: “Me acordaba de mis cánticos de noche; meditaba en mi corazón, y mi espíritu inquiría; ¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio?” (76:7). Teme que Dios los va a abandonar. Reacciona, y a continuación dice: “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de JAH; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras, y hablaré de tus hechos” (76:11, 12). Cuando meditamos en las obras de Dios en el pasado, nuestra fe revive. Nos levantamos. Esto es lo que le pasa al salmista. Cambia su humor, la tristeza se levanta y en su lugar está la alabanza. Ahora Asaf dice: “Oh Dios, santo es tu camino; ¿qué dios es grande como nuestro Dios? Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder. Con tu brazo redimiste a tu pueblo, a los hijos de Jacob y de José” (77:13-15).
 
El incidente que vino a la memoria del salmista para animarlo fue la salida del pueblo de Dios de Egipto: “Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; los abismos también se estremecieron. Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra. En el mar fue tu camino. Y tus sendas en las muchas aguas, y tus pisadas no fueron conocidas. Condujiste a tu pueblo como ovejas por mano de Moisés y de Aarón” (77:16-20). El final del salmo es magnífico. Refleja el poder y la grandeza del Señor. Por medio de este ejercicio de reflexionar sobre las grandes obras de Dios en el pasado, la fe del salmista se ha refrescado y ahora no está en el estado triste en que lo encontramos al principio del salmo. Está confiado en el Señor. Cree que Dios seguirá haciendo grandes cosas por su pueblo.
 
Esto es justamente lo que tenemos que hacer nosotros cuando nos encontramos abrumados por problemas que parecen que no tienen solución. Hemos de remontar por medio de la fe en que Dios seguirá salvando a su pueblo. Aún hará grandes cosas por mí.
 

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