EL LUGAR DE LOS MANDAMIENTOS

 

Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?” (Marcos 12:28).

Lectura: Marcos 12:28-34.

            Cuando Jesús contestó a la pregunta de este escriba, éste le dijo: “Bien, Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no hay otro fuera de él; y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los holocaustos y sacrificios”. El escriba felicita a Jesús por su respuesta como si fuera su alumno, ¡pero Jesús asume autoridad sobre él! Le dice: “No estás lejos del reino de Dios”. Nos preguntamos si este hombre se convirtió. No estaba lejos del reino de Dios, pero todavía no formaba parte de él. El amar a Dios con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo” no nos salva. Solo la sangre de Cristo nos salva. Este hombre ganó gran respeto para Jesús. Cuando Jesús fue crucificado y resucitó, y el evangelio fue predicado en Pentecostés, me pregunto si él fue uno de los que respondió a la predicación del apóstol Pedro.

            Si una persona ama a Dios de todo corazón, y al prójimo como a sí mismo, ha cumplido la ley, pero ¿cómo puede recibir el perdón de su pecado? La ley no salva a nadie, porque no podemos guardarla. Debido a nuestro pecado, necesitamos el sistema sacrificial. El escriba estaba tratando de entender cómo la ley y el sistema sacrificial encajaban, y se daba cuenta de que el guardar la ley era importante, que el amar a Dios y al prójimo era aún más importante y que el sistema sacrificial, sin amor por Dios no significaba nada, pero aun con amor por Dios era necesario. Así que, aquí tenemos tres cosas: el amar a Dios y al prójimo, el guardar el resto de la ley, y el sistema sacrificial para cuando fallamos.

Jesús iba a poner todo esto en orden por su sacrificio por el pecado, acto que puso fin al sistema sacrificial[1], y por enviar al Espíritu Santo para darnos un nuevo corazón para que pudiésemos amar a Dios y al prójimo y así guardar la ley. Esto daría la respuesta al escriba acerca de la relativa importancia de los distintos componentes de la fe.   

            El relato del encuentro del escriba con Jesús va muy bien para nosotros para que comprendamos que lo que más importa de toda la doctrina es la enseñanza de que hemos de amar a Dios con todas nuestras facultades y al prójimo de forma práctica, según nuestras capacidades, pero que nada de esto nos salvará si no es por nuestra fe en el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre para quitar nuestros pecados.  

            A diferencia del escriba, nosotros no tenemos que ofrecer un sacrificio para cubrir nuestro pecado cada vez que pecamos, sino pedir perdón con contrición, recordando que la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:9). El escriba estaba hablando con el que haría obsoleto a los holocaustos, y haría posible amar a Dios con todo el corazón con todo el entendimiento, con toda el alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Esperamos que finalmente entrara en el reino.     


[1] Aquí va muy bien lo que el autor de Hebreos explica: “Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan… Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios… porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:1, 11-14).


 
     
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