DIOS E ISRAEL, UN RESUMEN

 

“De mí te cansaste, oh Israel” (Is. 43:22).
 
Lectura: Is. 43:22-28.
 
¿Cómo era Israel?
 
            Dios describe a su pueblo con estas tristes palabras, revelando su dolido corazón: “No me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel. No me trajiste a mí los animales de tus holocaustos, ni a mí me honraste con tus sacrificios; no compraste para mí caña aromática por dinero, ni me saciaste con la grosura de tus sacrificios; no te hice servir con ofrenda, ni te hice fatigar con incienso, sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste con tus maldades” (Is. 43:22-24).  Dios es sensible. Mide el amor que le damos. Le hace daño si dejamos de orar, si nos cansamos de pensar en Él, de buscar su rostro, de deleitarnos en Él, si no le ofrecemos con ilusión aquello que le pueda gustar, ni siquiera aquello que ha pedido. Dios quiere ser amado. Busca las cosas que le comunican que le amamos. No quiere ser una carga para Israel, como ningún padre quiere ser una carga para sus hijos. Pero ellos pusieron sobre Él la carga de sus pecados. Dice que no quiso cansar a su pueblo con incienso, pero que ellos le cansaron con sus maldades.
 
¿Cómo es Dios?
 
            Acerca de sí mismo Dios dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Is. 43:25). Fatigado de sus maldades, ¿qué hace Dios? No hace otra cosa sino ¡quitar la maldad de en medio!  Y lo hace por amor a sí mismo, no por mérito de ellos, porque no lo tienen.
 
El orden que vemos en estos capítulos de Isaías que hemos estado considerando, es que los capítulos 41 al 44 hablan del pecado, juicio, y restauración. Al final del capítulo 43 y al principio del 44 Dios lo tiene resumido para nosotros: Pecado: “No me invocaste…” (43:22-27); Juicio: “Tu primer padre pecó, y tus enseñadores prevaricaron contra mí. Por tanto, yo profané los príncipes del santuario, y puse por anatema a Jacob y por oprobio a Israel” (43:28); Restauración: “Ahora pues, oye, Jacob, siervo mío, y tú, Israel, a quien yo escogí. Así dice Jehová, Hacedor tuyo, y el que te formó desde el vientre, el cual te ayudará: No temas…” (44:1-2); y al final, ¡el derramamiento de su Espíritu sobre su pueblo!: “Mi Espíritu yo derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (44: 3).
 
Este es el resumen de la relación entre Dios y su pueblo, la relación que siempre ha habido. Es el mismo patrón que vemos en el libro de Jueces, a lo largo de la Biblia y en nuestras propias vidas. No somos mejores que ellos. Al final Dios perdona, libera y restaura a su pueblo por amor a sí mismo, porque ellos nunca respondieron y Él no los quiso dejar. No hay un amor como este en la tierra. Es amor al que no lo merece, porque el Otro quiere amar.  


 
     
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