TENGO MIEDO A ENTREGARME A CRISTO

 

“Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses… Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera, allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mateo 25:24-30).
 
Lectura: Romanos 12:1, 2.
 
            Tengo miedo a entregarme incondicionalmente a Jesús. Podría tener un plan para mi vida que realmente no me gusta. Quitaría todo lo divertido. Yo sería como una monja, aburrida, con una vida dura y austera. Me podría enviar a un país adonde no quiero ir. Conozco a una mujer que tardó mucho en convertirse, porque esto es lo que pensó. Tenía miedo de que Dios le llamara a ser misionera. De esto han pasado años y ninguno de sus temores se realizaron, sino la voluntad de Dios para su vida que ha sido buena, agradable y perfecta (Rom. 12:2).
 
            Tenemos miedo de confiar en Dios. Ya hemos pasado tantas complicaciones y tanto sufrimiento que no queremos más. Estamos a la defensiva con Dios. No podemos entregarnos a su abrazo por miedo a que nos aplaste.
 
            El problema está en nuestro concepto de Dios. Lo vemos como un Ser distante, inamovible, duro, frío, impaciente con nuestras debilidades, incompasivo, antipático y, sobre todo, exigente, alguien que nos utiliza para sus fines sin tomar en cuenta nuestros gustos, un aguafiestas imposible de complacer, alguien de quien no podemos fiarnos. Sospechamos de sus motivos. No entendemos sus caminos y dudamos de sus buenas intenciones para con nosotros. No confiamos en su amor por nosotros personalmente. Lo vemos como “un hombre duro” e implacable.  
 
            La raíz del problema está en nuestro concepto de Dios, formado por malas experiencias en el pasado, traumas sin resolver, una mala relación con nuestro propio padre, o simplemente por egoísmo de nuestra parte, el deseo de realizar nuestras ambiciones interesadas, o de cumplir con nuestra agenda personal, o estamos afectados por una barrera de culpa que nos separa de su amor. El problema consiste en no conocer a Dios, ni amarlo. Proyectamos conceptos sobre Él que no son ciertos.
 
            La solución se encuentra al pie de la Cruz. Selah, Paremos y meditemos. Es allí donde vemos cómo somos y cómo es Él. Además de ser el resultado de nuestra desviación y equivocación, la Cruz es la medida del amor de Dios de su buena voluntad para con nosotros, pecadores. 


     
 Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.