PEDRO Y LA SOBERANÍA DE DIOS

 

“A éste (a Jesús), entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23).
 
Lectura: Hechos 2:22-24 y 32.
 
La crucifixión y la muerte de Jesús estaban planeadas en el eterno consejo de Dios antes de los albores de la historia. Los hombres no determinaron ni cuándo, ni cómo iba a morir; esto lo decidió Dios; pero, no obstante, el hombre era totalmente libre para decidir tomar parte en su muerte o no, y, por lo tanto, es culpable de sus actos: “A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido” (Mateo 26:24). Pedro igualmente, en este discurso, mantiene responsables y culpables a los judíos: “a éste… prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. 
 
En su discurso en el pórtico de Salomón, Pedro vuelve a decir lo mismo: “Vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida… Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer” (ver Hechos 3:13-18).  Vemos el predeterminado plan de Dios y la libre elección del hombre que lo hace culpable. Por eso Pedro dice: “Así que, arrepentíos y convertíos” (2:19).
 
Después de comparecer ante el concilio, Pedro y Juan vuelven a los suyos y cuentan todo lo sucedido. Luego los creyentes oran, y vemos cómo afirman estos mismos principios: “Por boca de David tu siervo dijiste: Se reunieron los reyes de la tierra…contra el Señor y contra su Cristo, porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (ver Hechos 4:25-28). La mano de Dios y su consejo habían antes determinado lo que pasaría con su Cristo, pero esto no les exime a Herodes y Poncio Pilato y los gentiles y el pueblo de Israel de responsabilidad delante de Dios por su pecado.
 
La doctrina de la soberanía de Dios fue de profundo consuelo para los apóstoles, porque comprendieron que la crucifixión de Jesús no fue un fallo de parte de Dios, algo que se le escapó de las manos, o algo determinado sólo por los hombres. La voluntad del hombre no reina suprema en este mundo caído, sino que Dios tiene todo controlado, y esto, sin anular la responsabilidad del hombre.
 
En nuestras vidas igualmente podemos descansar en la soberanía de Dios y saber que todo lo que nos sucede forma parte de su perfecto plan, determinado desde la eternidad.


     
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