“Los ojos de todos esperan en ti; y tú les das su comida a su tiempo” (Sal. 145:15).
Lectura: Sal. 145:16-21.
La oración no es para sacar cosas de un Dios difícil de convencer. Dios no es un poder lejano que tengo que mover para lograr mis fines particulares para después gloriarme si lo consigo, o quejarme si no. Yo no le mando. Él es Dios y yo soy una criatura, totalmente dependiente de Él. Está de mi parte. Yo no tengo que moverlo, manipularlo, esforzarlo, o empujarlo, sino obedecerlo, adorarlo y confiar en Él.
Esta es la idea, en grandes rasgos, pero vamos a retroceder para pensar en los métodos que usamos para mover a Dios. Pongamos que tenemos una gran necesidad. El problema nos abruma. No vemos posible solución. Nuestras emociones están afectadas. Nos asedia la preocupación. Es urgente, vital. Sin que se resuelva el problema no podemos seguir adelante. Oramos. No pasa nada. Insistimos. Tampoco. Clamamos. Y todavía estamos sin respuesta. Entonces pensamos: ¿Qué tengo que hacer para captar la atención de Dios? Probamos varias cosas. Estudiamos libros acerca de la oración. Buscamos pecados en nuestra vida para confesarlos como posible causa de la no contestación. Si no encontramos ninguno, probamos otra cosa: usamos todas las tácticas de la guerra espiritual que conocemos. Quitamos al enemigo de en medio. Esto ya está hecho, pero todavía no hay respuesta. Pedimos a nuestros amigos que oren, ayunamos, reclamamos las promesas de Dios, ejercitamos fe, y, como último recurso, probamos la alabanza. Pensamos: “Seguramente esta última es lo que hacía falta para mover a Dios”. Alabamos y damos gracias al Señor. Ya no hay nada más que hacer. Hemos probado todo. Ya estamos bloqueados, parados; no se nos ocurre nada más. ¡Finalmente Dios nos ha parado! ¡Él ha captado nuestra atención!
En su libro, “Esperando en Dios”, Andrew Murray dice lo siguiente: “Con frecuencia hay mucha oración, pero poco esperar en Dios. En la oración estamos con frecuencia ocupados con nosotros mismos, nuestras necesidades, nuestros propios esfuerzos en la presentación de las necesidades. Al esperar en Dios, el primer pensamiento es en el Dios en el cual esperamos. Entramos en su presencia y sentimos que necesitamos quedarnos en silencio, de modo que Él, como Dios, nos cubra con su sombra. Dios se deleita en revelársenos, en llenarnos de su presencia. Al esperar nosotros en Dios le damos tiempo para que a su agrado, y según su divino poder, venga a nosotros. Es especialmente en el momento de la oración que deberíamos cultivar este espíritu. Antes de orar, inclina quietamente tu cabeza ante Dios, para recordar y comprender lo que Él es, cuán cerca está de ti, cuán ciertamente puede y quiere ayudarte. Estate quieto delante de Él, y permite que su Santo Espíritu te despierte y active en tu alma una disposición como de niño, de absoluta dependencia y expectativa confiada. Espera en Dios como un Dios vivo, que se fija en ti, y que desea llenarte de su salvación. Espera en Dios hasta que sepas que estáis juntos… El esperar en Él será la parte más bendita de la oración, y la bendición así obtenida será doblemente preciosa, como fruto de esta comunión con aquel que es Santo”. Amén.
Copyright © 2024 Devocionales Margarita Burt, All rights reserved.