PARA RECIBIR LA PALABRA

 

“… echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
 
Lectura: Mateo 13:7 y 22.
 
            ¿Cómo podemos hacer para que la Palabra de Dios produzca más fruto en nuestras vidas?
 
Jesús nos dice que la semilla, que es el la Palabra de Dios, que fue sembrada entre espinos “es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mat. 13:22). La primera aplicación de esta parábola señala a los inconversos que no reciben el evangelio porque están preocupados por las cosas normales de esta vida: la factura de la luz, cómo van a llegar a final de mes, la seguridad de su trabajo, y otras cosas cotidianas, y no piensan en las cosas de Dios o en el Día del Juicio, y, por tanto, no se salvan. Pero, para los que ya somos salvos, corremos el peligro de que la Palabra que leemos cada día en casa, y la que oímos en la iglesia, no lleve ningún fruto tampoco, porque las preocupaciones normales de la vida la ahogan.
 
            Nos despertamos por la mañana y nos ponemos delante de Dios para tener nuestro tiempo devocional. Leemos la Palabra, pero nuestra mente está a años luz de lo que leemos, y aún más lejos de oír lo que el Señor nos quiere decir por medio de ella, porque está ocupada con nuestras preocupaciones. Estamos pensando en una persona que está enferma, o en nuestro trabajo, o en lo que tenemos que hacer, o en lo que le pasa a una persona que conocemos, o en un daño que nos han hecho, o en lo que podría pasar en el día de mañana, y la Palabra no nos entra. Nos suena, porque la hemos leído muchas veces, pero no trae luz y consuelo y esperanza y vida, porque no cabe en nuestra cabeza, porque la tenemos llena de nuestras preocupaciones.
 
            ¿Qué tenemos que hacer? Quitar los espinos. Éstas son nuestras preocupaciones “que ahogan la Palabra”. No solemos orar por las preocupaciones nada más levantarnos, sino después de estar en la Palabra y después de cantar y alabar a Dios (Salmo 100:4). Voy a compartir algo que aprendí de una hermana. Al acercarnos a Dios tenemos que preparar el terreno. La primera cosa que tenemos que hacer es tomar unos minutos para “echar toda nuestra ansiedad sobre Él” (1 Pedro 5:7a). Le decimos al Señor: “Padre, te doy esta situación, y la otra, y esta persona, y esta otra, y el problema tal y el problema cual”, hasta sacar todo lo que nos estorba. Luego volvemos a afirmar que “Él tiene cuidado de nosotros” (1 Pedro 5:7b). Se lo decimos: “Padre tú sabes de qué cosas tengo necesidad” (Mateo 6:31, 32). “Tú te ocuparás de todo lo que yo necesito”. Cuando hemos puesto nuestra fe en Él y recibido su amor y cuidado por nosotros, procedemos a leer o escuchar la Palabra. De esta manera la semilla cae sobre terreno fértil, “y produce a ciento, a sesenta y a treinta por uno” (Mat. 13: 23). Este paso lo tomamos antes de empezar nuestro tiempo devocional, y antes de escuchar la Palabra en la iglesia, siempre, hasta que llega a ser un hábito, y así la Palabra de Dios llevará mucho fruto en nuestras vidas.    


     
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