“Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos…” (Tito 1:1, 2).
Lectura: Tito 1:3, 4.
Las promesas de Dios se cumplen siempre, no tanto porque nosotros tengamos fe, sino porque Dios no puede mentir. El Señor Jesucristo dijo: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17), y lo demostró levantándolo de los muertos, según su promesa. Es imposible que Dios mienta. Su naturaleza no admite esta posibilidad. Aunque quisiera, no puede, y, es más, es imposible que desee hacerlo. Nuestra fe descansa sobre un fundamento tan seguro como lo es Dios mismo. Cuando leo una promesa en la Biblia, el enfoque no es tanto que necesito tener fe para creer esta promesa, sino más bien que he de tener fe en que Dios es quien pretende ser.
La falta de fe en Dios equivale a pensar que Él ha mentido: “El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida” (1 Juan 5:10-12). Dios nos ha prometido vida eterna, y si lo dudamos, le hacemos a Dios mentiroso. Si Dios ha prometido la vida eterna en su Hijo, y si estamos en su Hijo, tenemos la vida eterna, y no hay más vuelta de hoja. La seguridad de mi salvación descansa sobre esta base, que Dios me ha prometido vida eterna en su Hijo, y Él no miente.
“Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos… Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos… Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso” (1 Juan 1:6, 8, 10). Si somos honestos con nosotros mismos, reconocemos que el diagnóstico de Dios acerca de nosotros es verdad, reconocemos que tenemos pecado, y si confesamos nuestro pecado, “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:9). El resultado es que tenemos comunión con Dios, comunión con nuestros hermanos y practicamos la verdad: vivimos una vida veraz.
Cuando creemos que lo que Dios dice es la verdad, tenemos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Y esto es ciertísimo, porque Dios no puede mentir.
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