MI ROCA

 

“En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. El solamente es mi roca y mi salvación. En Dios está mi roca fuerte y mi refugio” (Salmo 62:1, 2, 7).
 
Lectura: Salmo 62:1-8.
 
Cuando tambaleaba su trono, David se aferraba a Dios como la Roca de su vida. ¿Qué significa tener a Dios como tu Roca? ¿En qué sentido es Dios como una roca para nosotros?
 
Es inmovible
Una roca no cambia de lugar. Dios es siempre fijo, siempre en el mismo lugar, siempre en su lugar, siempre presente. Es estable.
 
No cambia de esencia
Una roca siempre tiene la misma composición, los mismos componentes. Dios no cambia de personalidad o de carácter. Siempre tiene los mismos atributos: siempre fiel, bondadoso, justo, etc.
 
Permanece con el tiempo
Pasan las generaciones, y la roca siempre está allí. No se deshace con las lluvias, no se seca como un río, no se quema como un árbol, no se derrite como un glaciar, no se erosiona como la tierra, no se desliza como una duna de arena, no muere como un hombre. Por todos los siglos Dios vive. No se le acaban los días. Es el Anciano de Días.
 
Es fuerte
La roca no se rompe. No es frágil como un árbol que se puede cortar o que desaparece en un incendio. Resiste la lluvia, los cambios de clima, las inundaciones y los incendios.  En la hendidura de la Roca estamos seguros.
 
Dios es fijo como una roca, inmovible, estable, no cambia de carácter, personalidad o atributos, pasan los siglos y permanece presente, resiste todos los cambios e intentos y amenazas contra su Persona y su gobierno.  
 
Dios en mí me hace fuerte para resistir todo lo que me pueda pasar, me hace estable, no resbalo ni me deslizo, no estoy fluctuante, sino firme. Mantengo mi identidad en Cristo: soy su amada hija hoy y mañana también. Si permanezco en Cristo, soy inmovible.
 
El trono de Dios es como la roca, establecido para siempre, inamovible. La Cruz de Cristo perdura por todos los tiempos. Nunca pierde su eficacia. La obra del Espíritu Santo es permanente, fuerte y duradera. 
 
Dios es la Roca de la Eternidad que fue hendida por nosotros. Lo que no se mueve siguió a los israelitas por el desierto (1 Cor. 10:4). Lo que no se rompe fue partido para nuestra salvación (Num. 20:11), y de aquello que no cambia de compostura salieron ríos de agua viva (Deut. 8:15 y Juan 7:37-39) para darnos una nueva vida en el Espíritu Santo. 


     
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